Un año que entierra a la vez a Pelé y al Papa emérito parece jugar a los dados con los pies, parafrasendo a Einstein. A Ratzinger le pega la infalibilidad intelectual de Borges, que hacía ascos al fútbol y dio una conferencia el mismo día y hora que jugaba Argentina en un Mundial. El fútbol es más cosa del papa Francisco, que ahora tiene el campo despejado para dimitir eméritamente alegando una lesión en la pierna diestra que le obliga a ir en silla de ruedas.

Alberto Núñez Feijóo durante su mensaje de Año Nuevo.

Alberto Núñez Feijóo durante su mensaje de Año Nuevo.

El año será un gran estadio y se invocará a la mano de Dios para que Dios eche una mano en la guerra de Ucrania y la COVID de China, que es como una segunda pandemia donde viven 1.400 millones de personas. Si el FMI ve cumplidos sus pronósticos, habrá rogativas para eludir la recesión, que afectará a un tercio de la economía global. Y así sucesivamente podemos hablar de un año llamado a hacer milagros y darle la vuelta a la tortilla. Estamos hechos a la idea de Murphy, de que todo siempre puede empeorar.

No vienen bien dadas las previsiones políticas. Y los pitonisos aprovechan el caldo de cultivo para lanzar profecías como Rappel, que ha recuperado ascendencia desde que adivinó en EL ESPAÑOL la separación de Vargas Llosa e Isabel Preysler. Imitando al visionario Rasputín, Dmitry Medvedev, el número dos del régimen de Putin, ha hecho sus pinitos ante la bola de cristal con una ristra de infortunios para Occidente, como no podía ser menos, donde incluye una guerra civil en Estados Unidos en 2023 y erige a Elon Musk en presidente de salvación.

El ruso predice que Reino Unido volverá al regazo de la UE, que colapsará y enterrará el euro y se creará el Cuarto Reich, que declarará la guerra a Francia, entre otras diarreas mentales entre vodka y vodka.

A todos los efectos, nos hemos acostumbrado a una dialéctica de palabras mayores. No se olvide que venimos bien entrenados: de tres años de pandemia, uno de guerra en Europa y la amenaza de una guerra nuclear. El que no se adapta es porque no quiere. Con ese bagaje, cabe siempre temer lo peor. En la guerra, la pandemia, la economía y la política. O sea, que puede ser un año divertido.

[Editorial: España 2023: un drama político en dos actos]

Puede haber un Sánchez de marca mayor, que se supere a sí mismo y sorprenda con conejos impredecibles de una chistera que ha dado tanto de sí en este final de año. Acaso un Sánchez atenuado o que se envalentone en la provocación para probar las costuras del navío Feijóo. Tener que vérselas dos veces en las urnas es toda una prueba de fuego para esta democracia descaecida, cuyo Congreso se mira en el espejo del Capitolio yanqui y cruza los dedos camino del 42 aniversario del 23-F el mes que viene.

En 2022 se hizo tanto remedo de Tejero con tanta persistencia, de parte y parte, que la Fundéu bien pudo declarar palabra del año "golpismo" en lugar de "inteligencia artificial", que es lo que va a necesitar 2023 para no perecer en la orilla de tanta tormenta perfecta como anuncian los augures.