La caída en desgracia de Albert Rivera tras el batacazo electoral de 2019 tiró por tierra, una vez más, una alternativa de centro que fue, paradójicamente, por la que el pueblo español optó para traer la democracia tras la dictadura franquista durante la Transición, en los años 70. Rivera dejó pasar el tren cuando sumaba con el PSOE mayoría absoluta y perdió la posibilidad de crecer dentro del poder en un matrimonio político que todos celebraban de antemano.

Albert Rivera e Inés Arrimadas, tras la victoria electoral en Cataluña en 2017.

Albert Rivera e Inés Arrimadas, tras la victoria electoral en Cataluña en 2017. Eric Gaillard Reuters

Ahora, Rivera vuelve a estar delante del espejo. Como en toda crisis sentimental, la inminente disolución de su matrimonio de verdad le devuelve al punto de partida ante la tesitura de un nuevo e inevitable cambio. Es el jardín de senderos que se bifurcan: hacia los orígenes o hacia nuevos derroteros. Su experiencia con Villegas en un bufete de abogados de Madrid tampoco resultó y ahora le asaltan los recuerdos de su estrellato político.

Se casó con una estrella de la música de la talla de Malú, cuando la política había dejado de interesarle y se sumergió en una vida discreta. El intérprete del centro y la cantante concibieron un nuevo proyecto vital tras la despedida política del catalán. Rivera se bajaba del escenario y Malú aplazaba su vuelta a los focos tras el nacimiento de un hijo en común. Ahora eligen caminos separados, bajo una relación, por lo visto, cordial unida por quien será para siempre el centro de sus vidas.

El otro centro, el centro político español, ha quedado huérfano, sin padre ni madre. A Rivera no ha sabido sucederle Inés Arrimadas y el partido que se las prometía tan felices en el marco de la llamada nueva política española, que irrumpió hace una década poniendo en jaque el bipartidismo, se ha venido abajo. Rivera es, por tanto, candidato a volver a empezar. Partiendo de cero, que recuerda a una C naranja. De los fracasos políticos se alimentan a menudo las victorias más inauditas. El centro no es un limbo ni una quimera.

Estuvo habitado por Suárez en el éxtasis de UCD, que no solo gobernó, sino que puso los pilares de esta democracia. Y en otros lugares ha echado raíces de hondo calado histórico: en Francia reemplazó al socialismo, con la salida de Hollande y la llegada de Macron, el dique de contención de Le Pen, la ultraderecha. De centro son muchos de los gobiernos actuales del mundo bajo múltiples siglas. El centro lo quiso encarnar hace justo ahora 40 años Miquel Roca Junyent (la Operación Roca), en 1983. Otro catalán, otro descalabro. Y lo intentó seducir sin éxito Rosa Díez, al frente de UPyD.

En España, la amenaza del 23-J no es la alternancia, sino la involución que representa la hipótesis de una coalición de gobierno entre PP y Vox, con Feijóo de presidente y Abascal de vicepresidente. El mayor error de Rivera fue la foto de Colón con Abascal y Casado, pese a la melé de adeptos que interpuso entre él y el de Vox, en el acto frentista contra Sánchez. Lo marcó.

El 23-J echa de menos el centro. La necesidad de un partido equidistante, que se consolide como fuerza bisagra a izquierda y derecha parece, más que nunca, capital. El padre de la criatura que más cerca estuvo de conseguir ese objetivo está en paro político y atraviesa la soledad de un hombre separado. ¿Se dan las circunstancias para que las llamadas fuerzas vivas toquen a su puerta? ¡Quién sabe si a Rivera le reserva la historia política de este país una segunda oportunidad!