Hace exactamente un año, Austria nos sorprendió a todos profetizando un gran apagón en Europa que paralizaría la vida de los ciudadanos durante varios días. "¿Qué hacer cuando todo se para?", era el principal eslogan de la alerta dirigida a los austriacos, que constituía un aviso a navegantes para los europeos.

Lo escalofriante de la alarma, en mitad de la pandemia (octubre de 2021), como si la pesadilla se perpetuara con nuevas ramificaciones, era que la ministra de Defensa, Klaudia Tanner, aseguraba que existía una alta posibilidad de que se produjera el gran apagón eléctrico. Uno que afectaría a ordenadores, móviles y luz en los hogares.

Reunión de los líderes de la UE en la cumbre informal de Praga, el pasado viernes.

Reunión de los líderes de la UE en la cumbre informal de Praga, el pasado viernes. Reuters

Los austriacos, auténticos visionarios, como luego veremos, no se ruborizaban anticipando un apocalipsis eléctrico continental. Recuerdo que la ministra dijo que la pregunta no era si va a haber un apagón, sino "cuándo va a ser"

¿Y cuál sería la causa?, fue el primer interrogante. ¿Una gran avería del sistema eléctrico? Quizás, respondían los austriacos y Bangladés ha sido recientemente un buen ejemplo. Pero, dada la categoría del fenómeno, un apagón europeo (extrapolable a otros rincones del planeta, como tanto se ha fabulado asociado a voraces tormentas solares) dejaba en el aire motivos inconfesables y posibles atentados terroristas, cuando Putin no había asomado aún la cabeza en Kiev.

En febrero llegó la guerra en Ucrania. Y en agosto, en España, nos planteamos recortar el consumo eléctrico y apagar los escaparates de noche, no sin que fuera polémico en Madrid, antes de que el problema adquiriera una gravedad que ya está aquí. Londres prevé apagones de tres horas al día este invierno y Francia proyecta un drástico ahorro de los calentadores en horas de mayor consumo.

Cada día que pasa me acuerdo más de Austria. Su distopía ahora es creíble. Pero se quedó corta. El fantasma de una guerra nuclear abraza a los demonios familiares de un cero energético.

La escalada dialéctica de la guerra lo convierte en anécdota menor. Joe Biden ha asestado un pronóstico impensable desde la crisis de los misiles de Cuba (1962) entre Kennedy y Jruschov: "El armagedón nuclear está más cerca que nunca". Se han dicho últimamente muchas cosas. Y tras esta última, nos quedamos mudos.

Junto a ello, están los juegos de guerra de Corea del Norte con sus misiles balísticos sobrevolando Japón. La invasión de Ucrania ha traído consigo una inflación exorbitada y, a lo que íbamos, una trascendental crisis energética, amén del armagedón dialéctico que obliga a la OTAN a hacer maniobras de ese calado.

Austria hablaba de un apagón colosal y hemos terminado hablando de una guerra nuclear. Europa ya llena los tanques de gas al 90% para afrontar el invierno boreal y cruza los dedos porque 2023 será peor con una recesión en ciernes según el FMI y el Banco Mundial.

La cumbre de 44 líderes europeos celebrada en el Castillo de Praga es la respuesta al miedo. La crisis energética, la eventual guerra nuclear y los bombardeos rusos en Ucrania hacen que el mundo se sienta golpeado sin tregua como un estafermo en la Edad Media.

Esta comunidad política europea la justificó Macron, padre de la criatura, porque todos los europeos no podrán vivir en la misma casa, pero sí "compartir la misma calle". Mitterrand había soñado sin éxito con este foro, hace 30 años, en la misma ciudad de Praga, junto a su amigo Vaclav Havel.

Lo que separa aquel 1991 y este 2022 no es el tiempo transcurrido, sino las personas. Entonces el sueño incluía a Rusia y ahora es un frente antiPutin.

En Praga, 600 millones de personas representadas por sus dirigentes temen al frío invierno (700 millones quedaron a oscuras en India en 2012). Por primera vez, Europa, uno de los territorios más avanzados del mundo, se dispone a sufrir escenarios catastróficos por la escasez energética derivada del corte de suministro ruso de gas tras las sanciones por invadir Ucrania.

Los austriacos hicieron simulacros repartiendo miles de carteles por todas las ciudades en previsión de su blackout. Se afanaron en acopiar comida para varios días, combustible, velas, baterías y abundante agua potable. El Ministerio del Interior adoptó medidas preventivas contra pillajes y saqueos. Austria tuvo en 2017 otra premonición, intuyó que una gran pandemia paralizaría el mundo en la década siguiente y dieron en el clavo.

Esta vez su corazonada describía un continente sin semáforos, cajeros, teléfonos ni internet. Nada que dependiera de la electricidad funcionaría, como en Quebec (Canadá) en 1989.

El gran apagón enseñó ahora los dientes en Bangladés, donde 140 millones de personas, la mayor parte de la población del país asiático, se quedaron sin luz. Austria no deja de repiquetear como una campana en nuestras cabezas, convocándonos a conjurar el peligro del gran apagón. Atómico.