Llovía mucho. A mares de verdad. Porque el mar estaba muy cerca. Casi podía olerse desde la plaza mayor. Había ido a Cestona en busca de Pío Baroja. Allí escribió sus primeros cuentos. En una habitación pequeña, algo asilvestrada, aprovechaba los ratos libres que le dejaba la medicina rural.

Pío Baroja.

Pío Baroja.

Fui a por aquel Baroja porque era, en el fondo, como todos los que acabamos de cumplir los treinta y nos gusta escribir. Un desgraciado que todo lo hacía para acabar pronto y ponerse a escribir.

Justo antes de irme, pasé por la puerta de la casa de Dolores la sacristana, la propietaria que alojó a don Pío en aquel tiempo en que quizá todavía no fuera don Pío. Me atendió Beatriz, su sobrina nieta, y me contó una de esas anécdotas que no aparece en los libros, pero que transita de generación en generación y define a las mil maravillas al personaje.

Era de noche y Baroja, como de costumbre, había ido a ver un cuerpo. En este caso, un cuerpo inerte. Un muerto a consecuencia de un crimen truculento. El alguacil, por empatizar, le preguntó: "¿Tiene usted miedo?". Don Pío respondió: "¡El miedo hay que tenérselo a los vivos!".

Y llevaba razón. Años después, en la década de los 20, consolidado como novelista, fue a Pamplona a dar una conferencia. De los cuatro periódicos de la ciudad, tres lo silenciaron y uno le concedió un breve. Por anticlerical. En 1936, los requetés lo metieron al calabozo y a punto estuvieron de fusilarlo. En la conversación con su carcelero, el mediador de Baroja arguyó: "Es verdad que ha escrito contra los requetés, ¡pero también contra los comunistas!".

Los republicanos, a los que apoyó en un primer momento, lo consideraron un traidor por lo que dijo acerca de esa República que no fue lo prometido. Y los franquistas, pese a su vuelta a España desde el exilio, siempre lo consideraron "un valor disolvente". Para qué hablar de los nacionalistas, a los que espetó: "Es absurdo fundar naciones que un aeroplano pueda recorrer en un cuarto de hora".

La puntilla la puso Hemingway, que se hizo un selfi con él, ¡pobre don Pío!, cuando estaba moribundo en la cama. Vaya cabreo el de su sobrino Julio. Efectivamente, "el miedo hay que tenérselo a los vivos".

Así no había manera de reivindicar institucionalmente a Baroja. Si se ha seguido editando, ha sido gracias a sus lectores. Y eso, imagino, le habría gustado, porque se corresponde con su carácter independiente, poco pagado de sí mismo. Debían de ser elocuentes sus caras cuando Cela y Ruano le informaban de la campaña para convertirlo en Nobel.

Esa misma cara nos habría puesto al puñado de vivos que acabamos de enviar una petición al alcalde de Madrid para que lo nombre hijo adoptivo de la ciudad. Pero, entiéndalo, don Pío, es una cuestión de pragmatismo. Estas cosas, más que con el honor, tienen que ver con los lectores. Y usted, como buen escritor, quiere tener lectores. Incluso estando muerto.

Con esta medalla, reavivaremos su obra. Si no lo permite, habrá en el mundo gente como mi amigo Pablo, al que le pregunté por usted y me respondió: "¿Baroja? ¿Ese no era el batería de los Monkeys? Se rompió un brazo en un concierto y siguió tocando".

El manifiesto lo lidera Mariano Zabía. Detrás figuran muchos quijotes y yo, su Sancho Panza. Igual que cuando Joaquín Ciáurriz lanzó la colección Baroja & Yo, tengo el honor de engrosar como benjamín una lista en la que figura gente a la que leo y con la que he pasado grandes ratos. En algunos casos, las dos cosas.

Mario Vargas Llosa, Andrés Trapiello, Amparo Hurtado, Soledad Puértolas, Leo Harlem, Santiago Muñoz Machado, Sergio del Molino, Eduardo Laporte, Pedro Salaberri, Ascensión Rivas, Fernando Savater, Juan Manuel Bonet, Félix de Azúa, Luis Antonio de Villena, Carlos Rodríguez Braun… 

Contamos también con el venerable Alberto de la Hera, catedrático de Derecho Canónico, 90 años, que puede recordarle a don Pío lo que aquel amigo con la mano en su lápida el día del entierro: "¡Menudo susto se habrá llevado usted al llegar al cielo!". Para susto el que se llevará si lo conseguimos.

El manifiesto cierra con una frase muy barojiana: "No parece necesario extenderse en los méritos literarios". Tampoco será necesario extenderse si la votación fracasa en el pleno del Ayuntamiento.