Por supuesto, la multiplicación por diez del número de diputados de la Agrupación Nacional en la Asamblea es la verdadera catástrofe. El auge de la Francia rancia. La victoria de la Francia que no ama a Francia.

Mélenchon, líder de La Francia Insumisa, rodeado de otros diputados de su formación.

Mélenchon, líder de La Francia Insumisa, rodeado de otros diputados de su formación. Reuters

La entrada en la Asamblea del partido que, cuando Sarkozy detuvo el baño de sangre en Bengasi; cuando Fabius amenazó al carnicero de Bashar Al-Assad, que se había convertido en enemigo de Francia; cuando Hollande intentó contener el terrorismo en el Sahel o canceló la venta de los submarinos Mistral a Rusia, que hoy podrían haber causado la destrucción de una ciudad como Odesa, una ciudad íntimamente ligada a la memoria francesa; hoy que Macron resiste ante Rusia y considera que nos honra estar del lado de los ucranianos mártires; esa presencia de la Agrupación Nacional en la Asamblea es, por tanto, la entrada en vigor del partido que se opone y se enrabieta, que cierra filas de manera sistemática con los enemigos de Francia.

Ha llegado la hora de la Francia facciosa y racista.

Es la venganza no de Dreyfus frente a Maurras, sino de Maurras frente a Dreyfus.

Esta es la Francia subvencionada por Putin, incapaz de hacer campaña sin dinero de los bancos rusos.

Es la Francia que hará todo lo posible en el santoral del país, donde ahora tiene una presencia destacada, para debilitar a la República, para convertirla en un lugar no hospitalario para los exiliados, para prohibir a las mujeres llevar pañuelo y a los hombres llevar kipá.

Es el triunfo de lo peor que tiene nuestra nación.

La otra catástrofe es en lo que se ha convertido la izquierda, y de manera manifiesta.

Podríamos decir que, a finales del siglo XX, se vio una revolución. ¿Fue el triunfo póstumo de Camus? ¿Del último Sartre? ¿La voz finalmente escuchada de aquello de "socialismo o barbarie" y Claude Lefort? ¿La lección de los disidentes rusos? ¿De Foucault? ¿La de la nueva filosofía que planteamos con André Glucksmann y algunos otros?

El hecho es que en aquel momento logramos, frente al pesimismo tocquevilliano, pensar juntos la libertad y la igualdad. Frente a la sospecha marxista, articular una filosofía de los derechos humanos que no fuera una treta de la historia de los opresores. Y frente a los juegos especulares del fascismo rojipardo, hacer rimar izquierda con República, el espíritu de resistencia, el universalismo, el humanismo.

Con la OPA de Mélenchon, todo ese trabajo es lo que se cuestiona.

[Mélenchon presentará una moción de censura contra Emmanuel Macron el próximo 5 de julio]

Con su potente draga, en vísperas de la segunda vuelta, la consigna "fachas no enfadados", el eje rojipardo es el que se vuelve a poner tranquilamente en su sitio.

Con sus candidatas que, como Clémentine Autain, no le ven ningún problema a ir junto a un islamista; Danièle Obono y Danielle Simonnet honradas por el apoyo que les brinda el antisemita inglés Jeremy Corbyn, y con sus propias declaraciones, con él, Mélenchon, dando apoyo a los manifestantes que atacan las sinagogas con palos y bloques de hormigón, lo que retorna es lo peor del guesdismo.

Y sólo lo menciono para que no se olvide, pero Mélenchon no pierde ocasión, cada vez que un pueblo insumiso se enfrenta a una dictadura, una de verdad, de salir en apoyo de la dictadura y avasallar a ese pueblo insumiso. Putin, en lugar de Navalni. La aspiración a la democracia en Siria reducida a una mera cuestión de petróleo y gas. La lucha de los ucranianos, convertida en una trama imperialista. Y en lugar de respaldar a los activistas por los derechos humanos en América Latina, odas a las dictaduras de Chávez y Castro.

Qué atraso. Qué pena. 

*

Después, ¿significa esto, como se oye por todas partes, que tendremos un presidente elegido pero repudiado, incapaz de gobernar y condenado, durante cinco años, a actuar por inercia?

El riesgo está ahí, sin duda.

Pero no lo acabo de ver claro.

Porque el arte de la gubernamentalidad, por utilizar de nuevo las palabras de Michel Foucault, tiene muchos giros ocultos.

Y la Constitución de la Quinta República, en su inagotable sabiduría y tecnicidad, ya había contemplado esta situación.

Aún le queda al presidente el recurso a los referendos, la disolución de la Cámara, los decretos leyes y el artículo 49.3, que prevé medidas similares a la del decreto.

Aún quedan las mayorías de ideas, que tanto quería Edgar Faure, que pueden ver al primer ministro constituir, caso por caso, coaliciones circunstanciales, es decir, de pasiones, de intereses o incluso de pensamiento.

Aún queda que, a esta coalición permanente (o perlada) le corresponderá redefinir el campo político en cada momento, trazar las líneas maestras día tras día y, unos y otros, ser testigos a diario de ese nuevo actor que ha aparecido (¡y vaya diferencia con respecto a la Cuarta República!): el pueblo reunido sin descanso de las democracias de la Opinión.

Y eso por no hablar de un auténtico pacto político que puede unir a los macronistas, en un Gobierno de salvación pública, con las decenas de republicanos de principios que no han cedido a los cantos de sirena del lepenismo, y con los socialdemócratas y ecologistas íntegros que rechazan la tentación doriotista de Mélenchon.

Desde la Ética a Nicómaco de Aristóteles hasta La vida del espíritu de Hannah Arendt, hay toda una tradición filosófica que equipara al político con un poeta, un artista, un bailarín, un pianista, un virtuoso.

Ese virtuosismo es el que necesitamos.

Ese arte político es el que necesitamos recuperar con urgencia. Y a Emmanuel Macron le toca interpretar esa partitura.