Vox obtendrá este domingo con Macarena Olona el mismo resultado que habría obtenido sin ella. Y eso es lo mejor que puede decirse del partido y lo peor que puede decirse de una candidata que se equivocó al presentarse en una comunidad que, y no hay que ser un lince para darse cuenta, ni le gusta, ni entiende, ni le motiva.

Macarena Olona, durante un debate electoral, junto a Juan Espadas y Juanma Moreno.

Macarena Olona, durante un debate electoral, junto a Juan Espadas y Juanma Moreno. EFE

Salvo catástrofe electoral para el PP, Olona no será vicepresidenta, volverá a Madrid en cuanto pueda para disputarse con Iván Espinosa de los Monteros el puesto de número dos del partido, y aquí paz y después gloria. 

Son varias las señales de que la campaña ha sido mala para Vox. La sobreactuación de Macarena Olona y sus disfraces de rociera, de gitana y de feriante. Esa sorprendente pausa de tres días en una campaña más pensada para las redes sociales que para los andaluces. La aparición de Giorgia Meloni con un discurso abiertamente fascista, en fondo y forma, y cuya tortuosa razón de ser es difícil de adivinar.

¿Pretendía Vox ganarse el irrelevante voto de "la derecha a la derecha de Vox"? ¿Ya no distingue el partido entre conservadores, reaccionarios y fascistas? ¿Intentaba conseguir Olona un escándalo mediático que le diera un vuelco a los sondeos? ¿Pensaba que Meloni es menos ultraderechista de lo que es en realidad? 

Pero el principal error de la campaña ha sido plantear una confrontación directa con esa bestia mitológica de dos cabezas llamada bipartidismo cuando no hay un solo andaluz en Andalucía que no sea plenamente consciente de las diferencias entre PP y PSOE. Utilizar la misma táctica con Juanma Moreno que con políticos frentistas como Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es, y no hace falta un máster en sociología electoral para intuirlo, un error colosal.  

Y prueba de ello es que un simple chiste sobre torrijas en el segundo de los debates electorales sirvió para ridiculizar toda la gravedad impostada de una Olona cuya incapacidad para la autoparodia, tan catalana por cierto aunque sea alicantina, dice muy poco de su inteligencia política. Ver a los contertulios reír con el chiste mientras Olona describía tormentas de fuego y azufre hizo más por ridiculizar su campaña que todas las invectivas de Yolanda Díaz contra "el franquismo".

En resumen. ¿A quién se le ocurrió plantear una campaña de enfrentamiento a cara de perro contra cinco andaluces tranquilos a los que resulta imposible ver como enemigos de trinchera, aún no compartiendo una sola coma de su programa político?

Que la campaña haya sido mala para Vox no quiere decir que Olona vaya a obtener un mal resultado. Será malo con total seguridad en relación con las expectativas públicas de Vox, que juguetea de forma habitual con la idea de que todos los sondeos son mentira y con la de que el poder de convocatoria del partido (cierto) no es el de una formación menor, sino el de una que se encuentra en la puerta de la Moncloa (falso).

Pero Vox superará con holgura y sin ningún problema los 12 escaños de las anteriores elecciones y eso le servirá para vender su resultado como una victoria merecedora de gobierno de coalición.

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Los españoles, en cualquier caso, comprobarán este domingo, por primera vez desde 2018, dónde está el techo electoral de Vox. Hasta ahora ese techo era, de forma un tanto voluntarista, el cielo.

En realidad, es bastante más bajo. Incluso con una de sus estrellas mediáticas al frente del cartel. Lo cual avanza un segundo problema. Sin Pedro Sánchez en el Gobierno, ese techo será aún más bajo. Vox lo comprobará en breve.

Porque Vox no es un partido, sino un movimiento. Y, como tal, depende de la coyuntura política como un barco al pairo de los vientos del momento. Sin la ventolera sanchista, Vox corre peligro de hundirse como se ha hundido Podemos en cuanto se ha agotado el impacto de su alarma antifascista y se ha comprobado que el partido no es más que el vehículo para las obsesiones, los complejos, las ignorancias y las neurosis de un puñado de aficionados del activismo universitario jugando a la política de adultos. 

Un problema, por cierto, que también Isabel Díaz Ayuso deberá afrontar en breve. Porque sin Pedro Sánchez en la Moncloa, buena parte de su discurso quedará obsoleto. Pero Ayuso tiene mejores asesores que Vox y es probable que su estrategia vire hacia un perfil menos confrontacional en cuanto Alberto Núñez Feijóo alcance la presidencia. 

Volviendo a Vox. Es posible que un resultado por encima de los 20-22 escaños, y con el PP alrededor de los 45, legitime a Olona para pedir cuota, y no pequeña, en el futuro gobierno de Juanma Moreno.

Cuanto más se acerque el PP a los 50, y menos sean por tanto los escaños de Vox (ambos partidos son en gran medida vasos comunicantes), menos fuerza tendrá Olona para exigir su entrada en el gobierno.

Con el PP por encima de los 50, y no digamos ya en 52-54, Vox no sólo no entrará en el Gobierno andaluz, sino que verá cómo se le complica muy seriamente el escenario nacional. 

Vox se engañará además si cree que su votante tipo es el de Twitter o si da por seguro que ese voto prestado que recibió del PP en 2018 no volverá jamás a Feijóo. Se equivocará también si cree que la "moderación" de los populares le garantiza derechos de propietario sobre el espacio "a la derecha de la derecha del PP". 

Porque lo que hará que los votantes de Vox vuelvan o no al PP no es que este sea más o menos de derechas, sino su aura de ganador. Y si Feijóo, ganando voto por el centro, consolida esa aura de futuro presidente que ya luce sin haber puesto todavía la maquinaria popular en marcha, el voto de Vox se evaporará, condenando al partido a convertirse en una IU de derechas. 

En el PP las cosas están mucho más claras incluso de lo que se verbaliza públicamente. Juanma Moreno no quiere a Vox en su gobierno y el rechazo por Macarena Olona es visceral. Ni la considera capacitada, ni cree que ella tenga otra intención que utilizar a los andaluces como trampolín para la batalla de Vox a nivel nacional, ni cree que vaya a ayudar a consolidar los avances que la coalición centroliberal de PP y Ciudadanos ha conseguido para la región, y que serían imposibles con una coalición regresiva en lo moral y proteccionista, casi aislacionista, en lo económico.

Con Vox en el gobierno, Juanma Moreno se vería arrastrado, además, al fango de esa batalla cultural que vende cada aula como una guerra contra el Viet Cong LGBT, cada barrio como un campo de batalla contra el tcharmil, y cada escena de Gladiator como un modelo para la España de la próxima década.

La lección de Castilla y León, donde Juan García-Gallardo ejerce de vicepresidente sin funciones y Vox tiene problemas para demostrar que es algo más que una máquina de propaganda (García-Gallardo está superando en sed de foco a Francisco Igea con el consiguiente cabreo de Alfonso Fernández Mañueco), le está sirviendo además a Juanma Moreno para saber lo que no quiere para los andaluces. 

Es más. Si el resultado de Juanma Moreno es bueno o muy bueno, que a nadie le extrañe que Mañueco convoque elecciones anticipadas con el argumento de que Vox es un partido incapaz de gestionar una simple consejería. Algo que, en el caso de Castilla y León, se está demostrando cierto. Porque recortar gasto superfluo es necesario. Pero gobernar una comunidad exige algo más que cerrarle el grifo a los sindicatos. 

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¿Dónde está, entonces, la frontera entre el éxito y el fracaso para el PP en Andalucía?

El del fracaso es obvio. En los 42-43 escaños. Por debajo de esa cifra, Juanma Moreno estaría obligado a negociar con Vox un gobierno muy incómodo e indeseado por él.

Un buen resultado rondaría los 45-50 y acercaría la posibilidad de una repetición electoral si Vox se cierra en banda a apoyar a los populares a cambio de poco o muy poco. El riesgo es alto para Juanma Moreno, pero mucho más para Vox, que empezaría a ser visto como un partido de combate callejero, pero inútil, e incluso como un submarino de la izquierda si no gestiona bien las negociaciones de la investidura. 

Por encima de los 50, y más si el PP ronda los 52-53, Moreno exigirá un gobierno en solitario y Vox deberá escoger entre reconocer su fracaso o quedar arrinconado en una esquina del escenario político. ¿Acabará Macarena Olona con un podcast y alguna tertulia en las herriko tabernas mediáticas de la extrema derecha, como ese al que en su propio partido conocen ya como "el fracasado"? 

La diferencia entre ambos, al menos en cuanto a capacidad intelectual y profesional, es abismal a favor de ella. Pero falta que Olona y Vox se den cuenta de que ni Andalucía es Texas, ni el PP el Partido Republicano, ni ella Donald Trump. Falta que se den cuenta, en fin, de que lo que ellos perciben como un sendero hacia la nueva España es sólo el viejo callejón de las almas perdidas del populismo histriónico, pero inane.