Se hace raro oír la frase “iniciar el proceso de escucha” fuera del contexto del puesto de mando de la Enterprise. Pero si algo ha traído consigo la nueva política es una barroquización del lenguaje que deja en llano al más pedante de los columnistas.

¿Qué quiere decir, en realidad, esa expresión? Es la manera que Yolanda Díaz ha encontrado de decirnos que lo suyo no será Unidas Podemos. Su candidatura a la izquierda del PSOE es uno de los focos de mayor interés que tendrían unas elecciones generales si éstas se celebrasen mañana (la velocidad vertiginosa de la política de hoy hace aventurado dar por hecho cómo será el panorama cuando realmente haya comicios, que puede no ser hasta enero de 2024).

La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros.

La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. Efe

La decadencia de Podemos como marca electoral tiene el valor simbólico del fin de una era. Una no demasiado extensa en el tiempo que empezó con las quechuas de la Puerta del Sol, eclosionó en las elecciones europeas de 2014 y alcanzó su cénit de poder cuando, ya en el declive de su representación parlamentaria, entró en el Gobierno de España en enero de 2020. ¿Hasta qué punto supone la pérdida de atractivo electoral de la marca Unidas Podemos la de todo un espectro político? Ese es el interrogante que Yolanda Díaz tiene el encargo de responder.

Para poder hacernos una idea de en qué condiciones, tendremos que saber en qué se materializa el citado “proceso de escucha”. Un remedo de gira, a medio camino de las actuaciones en teatros con las que los astros del pop disimulan su pérdida de gancho vendiendo entradas apelando al gusto por tener encuentros más íntimos con su público y las presentaciones literarias en las librerías de mayores ínfulas en cada capital de provincia.

Una de las grandes incógnitas es si su espacio y el de Íñigo Errejón seguirán compareciendo por separado. El choque de egos puede ser catedralicio. Otra es cómo se traduce en votos la aparentemente buena percepción demoscópica de la candidata.

Mi pálpito es que este indicador tiene todos los visos de producir un espejismo. Las buenas valoraciones suelen tener su origen en notas ligeramente superiores a lo normal otorgadas por ciudadanos que jamás en sus vidas se plantearían votar al líder en cuestión. No llega a ser el “queredme menos y votadme más” de Suárez cuando el Centro Democrático y Social (CDS). “Para ser de ese partido, parece una chica maja”, vendría a equivaler en frase de andar por casa.

Hasta ahora, Díaz tenía rango de deidad para aquellos prescriptores que llevan ocho años besando el suelo que pisa Pablo Iglesias. Los acontecimientos de las últimas semanas han supuesto un giro interesante en la trama. Las tiranteces entre la sucesora designada y el portador del dedo índice designador son ya difíciles de disimular. Especialmente por parte del segundo, presa de una incontinencia opinativa feroz, esparcida entre columnas, tertulias y “putos” (sic) podcast.

Ni un sólo día sin que llame nuestra atención para refrescar nuestro estupor. “Este hombre era vicepresidente del Gobierno hace poco más de un año”, consigue construir nuestra cabeza, mientras asistimos atónitos a sus diatribas contra Florentino o los medios de comunicación, entre sorbito y sorbito de mate. Supongo que en el fondo es el destino que afrontamos todos: terminar convertidos en nuestra caricatura.

¿Qué harán los restos del pablismo? ¿Votarán a la sustituta si ésta plantea la ruptura con el padre fundador? Algunas columnas de opinión empiezan a dar pistas.

Algún día escucharemos la frase “ha terminado el proceso de escucha”. Y entonces no le arrendaremos la ganancia a Yolanda Díaz. Va a ser difícil vender algo novedoso o ilusionante después de haber estado cuatro años en el Gobierno. ¿Elementos que su electorado le pueda imputar como logros? Los derivados de la legislación laboral.

Cualquier otro aspecto que quiera patrimonializar le será arrebatado bien por el podemismo fetén o por el sector socialista del ejecutivo. ¿Qué efecto electoral puede tener el abrazo de Ada Colau a día de hoy? Tras siete años de alcaldesa de Barcelona, la figura de la exactivista parece más un suvenir de 2015 que la semilla de un proyecto llamado a florecer en el futuro.

Los argumentarios de los partidos transparentan en los tertulianos que los defienden. De ahí que no sea nada difícil seguir el rastro de la estrategia del PSOE: para no perder el Gobierno, es necesario que lo que quede a su izquierda, se presente bajo la forma en que se presente, mantenga una representación digna.

Hasta la fecha, el suelo de UP ha sido superior al techo de Izquierda Unida. Por eso insistimos en que su devenir resulta tan interesante. Se habla de una derechización de la sociedad española. Es cierto que PP y Vox no son ahora mismo vasos comunicantes: ambos están en auge en las encuestas. Ante este panorama, ¿qué va a quedar de la izquierda que agitó el tablero político en 2014 y dio paso a la etapa que ahora parece afrontar el crepúsculo?

La sensación de burbuja que crea la sobrepoblación de politólogos y periodistas en el foro público va a encontrar aquí su mejor prueba de estrés. ¿Qué se hará, de verdad, de Yolanda Díaz y de la izquierda de la izquierda?

Se inicia el proceso. Queda por ver de qué.