Tenía uno ya la ideíta de la columna más o menos pergeñada cuando ha venido Electomanía a pincharle el globo con su encuesta para Crónica Global-EL ESPAÑOL. Así que les voy a tener que pedir un favor: hagan flashback como en Amanece que no es poco. Situémonos en ese momento en que otros sondeos, como el de SocioMétrica para este mismo diario, dibujaban la inexistencia de una mayoría nacionalista. 

El dato aparecía en varios de esos trabajos, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta. La suma de PSC, PP, Vox y los Comunes permitiría la formación de un gobierno catalán sin el concurso de ninguna formación independentista. Si España fuera un país mínimamente funcional en lo político, la opción se estaría, por lo menos, valorando. En su lugar, el anatema.

Queda la duda de si el entendimiento es más difícil entre Garriga y Ada Colau o entre Salvador Illa y Alejandro Fernández.

Alejandro Fernández y Alberto Núñez Feijóo  en la Junta Directiva Autonómica del PP en Cataluña

Alejandro Fernández y Alberto Núñez Feijóo en la Junta Directiva Autonómica del PP en Cataluña Efe

En el capítulo de las certezas encontramos que el mismo escenario en la facción nacionalista culminaría en la plaza de Sant Jaume. El cupero radical y el exconvergente afecto al neoliberalismo representarían todo tipo de entremeses más o menos asaineteados por el camino. Pero el desenlace de la obra estaría escrito desde el principio. Por más que nos esforcemos, la hipotética entrada de Aliança Catalana no consigue cambiarnos este esquema. 

De modo que el panorama no puede resultar más desalentador para eso que hemos dado en llamar "votante constitucionalista". 

Se da por descontada una victoria del PSC. Esta podría terminar siendo todavía más inútil que las anteriores. Por más que ensaye ante el espejo, Illa no resulta muy creíble en el papel de candidato dispuesto a mandar a Esquerra y Junts a la oposición.

El público ya está más o menos hecho a la idea del espectáculo que le espera: la opinión publicada como extras de Esther Williams loando el entendimiento entre la sucursal catalana del socialismo estatal y la que cuadre de las opciones disolventes. 

Lo del PP merece capítulo aparte. En Cataluña tenía dos opciones: Alejandro Fernández o una alternativa. Ha elegido una curiosa fórmula híbrida: presentar a Fernández habiendo dejado bien claro que hubiese preferido la alternativa.

Es cierto que la decisión sobre este dirigente no era fácil. De un lado estaban su indudable talento oratorio y su viveza intelectual. (Ha tenido razón cada vez que se ha enfrentado a Génova por sus confusos e incomprensibles mensajes sobre Junts).

Del otro, la terquedad de los números. Habiendo heredado apenas cuatro diputados fue capaz de dejarlos en tres. El dato es especialmente contundente si se recuerda el contexto: uno de sus grandes "ladrones" de votos, Ciudadanos, se estaba desangrando a ojos vista. El gran predicamento de Fernández entre los periodistas residentes en Madrid estaba lejos de repetirse entre los electores censados en Granollers. 

Pese a estos vaivenes, las encuestas son favorables para el PP. Léase esto en clave exclusivamente catalana, una región en la que su mejor resultado histórico es ser tercero. (Aunque su mayor número de diputados, 19, se obtuvo en los comicios de 2012, en los que quedó cuarto). 

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La muerte definitiva de Ciudadanos se está alargando en el tiempo tanto como el verdadero final del siglo XX. Su negativa a aceptar el acuerdo que le propuso el PP tiene todos los visos de resultar suicida.

Pero justo es reconocer que la oferta no podía ser más rácana. Sin margen para mantener una mínima identidad propia y con unas condiciones que Génova no plantea cuando se aviene a cerrar listas conjuntas con UPN o el Foro Asturias. Cabe preguntarse por qué sus perspectivas electorales son tan funestas ahora que los motivos que llevaron a su fundación parecen más presentes que nunca. 

No parece tanto pedir. Un Ejecutivo técnico, si diesen los números, para intentar deshacer en lo posible esta década y pico de delirio independentista. Unos servidores públicos que echen un ojo a los pantanos antes de que se demuestren totalmente secos. Las esperanzas son vanas.

Es fácil imaginar a los candidatos no indepes como Nanni Moretti mostraba a los cardenales en el cónclave de Habemus Papam (2011): deseando para sus adentros esquivar la coyuntura del poder. 

Puede que ganen. Pero van a intentar que no se note.