Corrían los aparentemente tranquilos finales de los ochenta cuando un delgadísimo estudiante de física nuclear se empezó a cuestionar el régimen autoritario en el que nació, creció y creyó.

Aquello fue una catarsis difícil de asumir. Padres militares del régimen, miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas, fidelidad absoluta a los principios promulgados por un estado paternalista a la par que autoritario, estudios encaminados al éxito y un largo etcétera que lo definían desde que era un embrión. ¿Qué lo llevó a cuestionarse sus bases vitales? La respuesta es tan sencilla que puede parecer traída por los pelos: estudiar filosofía.

René Descartes, uno de los padres de la filosofía moderna.

René Descartes, uno de los padres de la filosofía moderna.

Siempre he dicho que uno de los grandes errores que cometió el régimen de Fidel Castro fue implementar el estudio obligatorio de filosofía en todas las carreras universitarias durante los primeros años de las mismas. Daba igual que lo tuyo fuera Medicina, Agronomía o Pedagogía, esa disciplina tenía el mismo rango que las asignaturas específicas de la especialidad escogida.

Estaba claro que el régimen centró el temario en el marxismo, mas sin darse cuenta abrió una ventana desde donde muchos oteamos el mundo de las preguntas. Aquel desliz supuso la búsqueda de la verdad razonada para explicar la sociedad, la naturaleza y el propio universo.

Por estos días del nada tranquilo siglo XXI se ha abierto un debate, cuando menos interesante, sobre la necesidad de la filosofía en los planes de estudio. En realidad, no está del todo claro si lo que se plantea desde el actual ejecutivo español es suprimirla, potenciarla o suavizarla.

De cualquier manera, las redes sociales arden con el tema y he leído opiniones tan diversas que me han merecido una reflexión desde la ciencia.

La propia etimología de la palabra lo dice todo: amor a la sabiduría. Estoy convencido que más esencial que aprender conceptos es saber formular las preguntas para avanzar en el conocimiento.

Si echamos la vista atrás nos percatamos de que, en los inicios, las ciencias naturales se incluían en la filosofía. Es a partir del siglo XVII que la física, la química, la astronomía y demás disciplinas científicas adquieren rasgos de identidad propia, pero siempre bebiendo de los principios básicos de la Filosofía.

En ciencia es primordial centrar la cuestión a investigar, focalizar el problema para encontrar una respuesta satisfactoria. Resumiendo: es primordial saber pensar.

En el caso específico de la física es curiosa la fina, casi inexistente, línea que la separa de la filosofía. Cuando vamos a la física teórica nos encontramos que su objetivo es comprender el universo. Por otra parte, la filosofía se define como el conjunto de reflexiones sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de las cosas naturales, especialmente sobre el hombre y el universo.

Los grandes avances que hoy nos permiten abrir puertas al detectarse nuestra presencia, observar el interior de órganos para descubrir anomalías y comunicarnos instantáneamente a través del móvil, por sólo citar unos pocos, han sido posibles por grandes cuestionamientos de índole filosófica de científicos que podrían ser fácilmente clasificables como filósofos.

Los experimentos mentales de los teóricos de la física cuántica y la relatividad se nutren de cuestionamientos esenciales que se envuelven en preguntas filosóficas que nos llevan a conocer el universo en el que vivimos.

Pero esto no sólo ocurre en el ámbito de la abstracta física. También lo vivimos en la biomedicina, donde el cuestionamiento de la propia existencia nos ha llevado a revoluciones como la teoría darwiniana de la evolución, o las explicaciones, aún alternativas, de la metástasis.

Es un hecho aceptado que el propio grado de doctor que se otorga a las personas que hacemos la carrera científica en cualquier especialidad sea internacionalmente reconocido como PhD, es decir, Doctor of Philosophy o doctor en Filosofía si lo traducimos al español, manteniendo viva la esencia primera de la ciencia que no es otra que el amor a la sabiduría.

A pesar de mi escasa tendencia a citar pensamientos ajenos para justificar reflexiones propias, hoy me salto mi propia regla y recuerdo que nuestro Ramón y Cajal decía: "Los estudios filosóficos constituyen una buena preparación y excelente gimnasia para el hombre de laboratorio. No deja, ciertamente, de llamar la atención el que muchos ilustres investigadores hayan llegado a la ciencia desde el campo de la filosofía".

Con ello insto a reflexionar sobre la grandísima utilidad del estudio de la filosofía para las nuevas generaciones, especialmente para aquellos en los que ha germinado la curiosidad científica. Y, en general, para todos aquellos que amen y valoren el pensamiento independiente.