Cuando han pasado dos años de aquel instante en que nos encerramos en casa, aprendimos a cocinar recetas complicadas y nos pusimos al día con la tecnología de la comunicación instantánea, es momento de reflexionar sobre cómo seguir adelante. La ola mundial de infecciones por la variante ómicron ha cambiado la evolución de la pandemia y tenemos que ajustarnos al escenario actual.

Una mujer utiliza una mascarilla.

Una mujer utiliza una mascarilla. Reuters

Si hago un ranking con las medidas más cuestionadas en estos 24 meses que tienen el sabor de una década, en la cumbre están la vacunación y el uso de las mascarillas. Con la primera hemos vivido de todo, mas no será motivo de esta columna. Centrémonos en las mascarillas.

Aún recuerdo la pléyade de incongruencias que, incluso desde la Organización Mundial de la Salud y el Gobierno central de España, se dijeron sobre su efectividad contra la transmisión de un virus respiratorio como el SARS-CoV-2. Una vez dada por sentado su eficacia para evitar contagios en un alto porcentaje de casos, es tiempo de evaluar las recomendaciones de su uso en el contexto actual.

Vayamos por partes. ¿En qué momento estamos? La aparición de ómicron ha causado la casi total desaparición de las variantes previas del virus; su capacidad de infección y transmisión no tiene punto de comparación con ningún otro patógeno. Esto ha provocado un tsunami de contagiados que han generado inmunidad frente a la variante.

En este punto es conveniente comentarte que, por lo general, las personas se reinfectan con variantes diferentes. Es decir, aquellos que pasaron ómicron difícilmente se volverán a contagiar con la misma variante.

Si este hecho lo unimos al evidente predominio de ómicron podemos predecir, aunque admito que lo hago tímidamente, que viviremos una bajada significativa de los contagios. Y, si no aparece una nueva variante del virus que desplace a ómicron en prevalencia, la pandemia puede devenir endemia. Entonces, en este escenario ¿cuál sería la recomendación para el uso de las mascarillas?

Es probable que conozcas mi acérrima defensa de su uso, especialmente si hablamos de espacios cerrados. Muchas fueron las veces que me negué a quitármela en un plató de televisión para dar ejemplo y mover conciencias. Pero las medidas tienen que tener un sustento científico y deben adaptarse a la realidad cambiante que vivimos.

Conversando con tres amigos científicos que han estado en la cresta de la divulgación durante la pandemia me percato de la existencia de criterios diversos en cuanto al uso de las mascarillas en la España de hoy.

Alejandro Martín Quirós, médico de Urgencias del Hospital La Paz e investigador del IdiPAZ, recomienda eliminar su uso en interiores salvo a aquellas personas inmunodeprimidas. Alejandro la mantendría en el transporte público y, por supuesto, en instalaciones hospitalarias y centros médicos. Por su parte, el conocido inmunólogo Alfredo Corell también es partidario de eliminar el uso de la mascarilla salvo en tres situaciones: el transporte público, los centros sanitarios y las grandes concentraciones, aunque estas sean al aire libre.

Pero no todo el mundo científico es proclive a la erradicación de la mascarilla. Sonia Villapol, una destacada neurocientífica gallega del Houston Methodist Research Institute, es más cautelosa. Según ella debemos aplicar el principio de la precaución.

Cuando estuvimos conversando sobre el tema, algo que hacemos con gran frecuencia, me recordaba que la ausencia de una subida significativa de casos positivos no equivale a la desaparición del virus. Sonia apunta a un dato importante: en varios países del entorno europeo se va observando un aumento de casos con tendencia a una nueva ola. Es probable que esto se deba a dos factores sinérgicos: la variante ómicron BA.2 y la relajación de las medidas de protección como el uso de las mascarillas en interiores.

Con esta disparidad de criterios, ¿cuál sería la recomendación a seguir? Si algo nos ha enseñado la pandemia es que debemos cuidar de nosotros mismos lo más que podamos. Una vez pasada la tragedia inicial vivida, donde no se disponía de vacunas ni medicación y sabíamos casi nada de este caprichoso virus, debemos ser conscientes de las herramientas que tenemos y aplicarlas de manera personalizada.

Sabemos que contagiarse con el SARS-CoV-2 no es una buena idea. Aún no es predecible cómo reaccionará nuestro sistema de defensa, la infección puede cursar con síntomas leves o puede que sufras una enfermedad grave. Lo clasifico como una ruleta rusa. Pero hay algo de lo que apenas hablamos: la Covid persistente. Un porcentaje importante de personas que se infectan sufre de síntomas permanentes que se pueden ir agravando con el paso del tiempo. De esto Sonia Villapol conoce bastante y lo señala como un hecho a tener en cuenta para no eliminar el uso de la mascarilla.

Quizá el punto álgido está en la incidencia acumulada. Coincido plenamente con Alfredo Corell cuando dice que se debería establecer un nivel de corte para la eliminación de la obligatoriedad del uso de las mascarillas en varios espacios. Por ejemplo, si estamos por debajo de los cien casos en un período de tiempo corto. Con esta máxima se podrían establecer recomendaciones ajustadas según los contagios que tengan una región determinada.

Sí, ya sé que puede ser farragoso, mas con esto evitaríamos medidas generales un tanto absurdas, como aquella que nos obligaba a usar mascarillas por las calles vacías y luego quitárnoslas en un restaurante con aforo completo.

En cuanto a los espacios cerrados, seguiría usándola en lugares concurridos donde tener una mascarilla en la cara no implique la limitación de la actividad que estamos haciendo: teatros, cines, salas de conciertos, transporte público, gimnasios, etcétera. Sin embargo, esto choca con su uso en restaurantes. En los lugares donde vamos a comer y beber ya resulta un mal chiste tener que ponernos las mascarillas para ir al baño cuando luego nos la quitamos para estar durante un largo período de tiempo comiendo, bebiendo y conversando. Para este extremo lo recomendable es vigilar la calidad del aire. En estos dos años hemos perdido la oportunidad de establecer medidas eficaces que controlen la pureza del aire en sitios cerrados.

¿Y qué hacemos en los colegios? Corell lo tiene claro: "¡Fuera! El uso de la mascarilla está haciendo daño fundamentalmente a los chavales pequeños". Aquí me tiembla la mano. No estoy muy seguro de que deba eliminarse su uso en los centros de enseñanza. Por una parte, conocemos la gran movilidad que tienen los niños y jóvenes. Por otra, cada contagiado es un potencial generador de nuevas variantes.

A estas alturas de la lectura tu pregunta será: ¿Qué haré yo? Lo tengo claro, seguiré evitando en lo posible contagiarme y para ello usaré mascarillas en los espacios cerrados todo lo que pueda. Pero miremos lo positivo, las FFP2 que compraste y apenas has usado en las últimas semanas te han servido para evitar masticar la arena que nos trajo la borrasca Celia.