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LA TRIBUNA

Las identidades de la posmodernidad nos destruirán

Las nuevas identidades posmodernas nos están dejando sin norte. Ahora todos somos víctimas de todos. El horno está preparado para nuestra autodestrucción.

21 enero, 2022 01:50

Dime de quién te sientes víctima y te diré quién eres. Francis Fukuyama (Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento) se muestra sorprendido de que gran parte de lo que ocurre en nuestras sociedades e incluso en la política mundial se deba a la "demanda de reconocimiento de identidad". Pero todavía sorprende más que el proceso de búsqueda de nuestra identidad se haya convertido paradójicamente en búsqueda de victimización.

Hoy si no te sientes víctima de algo o de alguien no eres nadie, careces de identidad o esta aparece en cuestión. Si eres mujer, necesariamente debes sentirte víctima de los hombres.

Si eres miembro del colectivo LGTBI(Q+), necesariamente debes sentirte víctima del machismo o del sistema heteropatriarcal.

Si eres inmigrante, puedes elegir ser víctima de la ultraderecha o del capitalismo, aunque provengas de un país gobernado por el comunismo o por la corrupción mafiosa.

Y si eres indígena (o no) americano, nacionalista catalán o vasco, por supuesto debes echar la culpa de todos tus males a "la puta España". 

Pero en este juego aparentemente tan sencillo no todos ganan, o sólo lo hacen a corto plazo. En realidad, la nueva identidad está siempre en peligro. Basta que un inmigrante, un negro o un homosexual sea católico o vote a la derecha para que pierda su identidad a ojos de la dictadura cultural dominante. Basta que un catalán o un vasco pretenda que sus hijos se eduquen también en español para que dejen de ser considerados catalanes o vascos.

"Debe crearse una sociedad inclusiva, pero exclusivamente para los grupos que la nueva posmodernidad bendiga. Al resto hay que excluirlos, aunque representen la minoría mayoritaria"

Reducir todo al sexo o al género (en una inconsciente vuelta a Freud) tampoco resuelve el problema. El ser humano es un actor complejo, no sólo sexual. Uno sale de un armario un día y se descubre encerrado al siguiente en otro no menos tenebroso. Somos seres trifásicos (emo-psico-físicos), sin mencionar la dimensión transpersonal o espiritual.

Por ello, la brocha gorda aplicada a la identidad humana es como esa capa de pintura que se da para tapar los huecos o grietas de una pared. Sirve para más bien poco y no resuelve la esencia del problema, aunque por un tiempo ofrezca una apariencia vistosa.

Debe crearse una sociedad inclusiva, pero exclusivamente para los grupos que la nueva posmodernidad bendiga. Al resto hay que excluirlos, aunque sea de mala manera y aunque representen la minoría mayoritaria.

Por encima de la democracia existen ahora una serie de derechos inalienables, que ya no son naturales, sino culturales. La naturaleza está muy bien cuando sirve para defender el ecologismo, pero apesta si va en contra de los nuevos postulados. La división biológica entre hombre y mujer es algo rígido, carca y de derechas, mientras la diversidad, potencialmente ilimitada, sería el bien absoluto.

Sin embargo, la división climática entre frío y calor es algo sagrado que debe ser protegido, aunque se trate de restaurar un orden (rígido) perdido. ¿Caos u orden? Según qué o para quién.

Los antiguos verdugos se convierten en nuevas víctimas. Ahora, si eres hombre, blanco y heterosexual, date por perdido. Si además eres católico y comes carne, mejor no salgas de casa. Si pretendes hablar en español en algunas partes de España, date por muerto o parte al exilio.

"Lo femenino se ha convertido en sinónimo de debilidad (o reducido a una forma de vestir), así que no queda más remedio que masculinizarse, es decir, imitar al verdugo"

En realidad, también algunas víctimas salen perjudicadas del nuevo escenario. Cambien en la fórmula anterior el término hombre por el de mujer y dará el mismo resultado.

La mujer se ha convertido, sin quererlo, en nueva víctima de la posmodernidad. Ha pasado a ser "persona menstruante". ¿Qué son entonces las niñas y las mujeres postmenopausia? No existen. Invisibles.

Lo femenino se ha convertido en sinónimo de debilidad (o reducido a una forma de vestir), así que no queda más remedio que masculinizarse, es decir, imitar al verdugo. ¡Muerte al romanticismo! Empoderando de esta manera a la mujer, la sociedad pierde, paradójicamente, diversidad.

Tampoco pueden denunciar ser agredidas sexualmente si el agresor es un inmigrante, pues en este caso la potencial víctima de una hipotética xenofobia prevalece sobre la víctima real de una violación. No es no, pero sólo cuando el que ataca es hombre blanco.

Tampoco salen mejor paradas las mujeres católicas o de derechas. En este caso se las considera traidoras a la causa y, por tanto, ignorantes de su verdadera identidad. Es decir, tontorronas.

En nombre de la diversidad se acaba con la diversidad pues la mejor vía para ser todos iguales es que todos seamos lo mismo. Seres híbridos o, mejor todavía, seres sin atributos (Musil), asexuales y apolíticos. Única manera de que tal vez así nos dejen en paz. 

Los movimientos en defensa de los derechos de los años 60 (por ejemplo, Martin Luther King contra el racismo o el movimiento feminista clásico) perseguían integrar a todos en una humanidad/comunidad común. No buscaban privilegios, ni iban contra nadie, ni contra la nación, ni contra la Constitución, ni contra instituciones como la familia, sino a favor de una mayor unión donde nadie se quedara atrás.

"Aparecen nuevas divisiones y tribus por doquier, leyes ad hoc para grupos concretos. Se quiere acabar con las fronteras físicas, pero a costa de crear nuevas fronteras culturales, psíquicas o emocionales"

La posmodernidad cambia este enfoque y utiliza la necesidad que tiene el ser humano de identidad para crear unos grupos contra otros. La unión de los unos se hace a costa de crear/creer un enemigo común en los otros (Haidt & Lukianoff, La transformación de la mente moderna). Date por ofendido y tendrás algo de lo que quejarte y por lo que reclamar algún tipo de ventaja o compensación.

Se proclama que el miedo y el odio deben ser desterrados, pero sólo según la nueva elite posmoderna indique. Está permitido odiar a los que no condenan el cambio climático, a los taurinos, a los católicos o a los antivacunas. Son los nuevos perseguidos.

En realidad, no se trata de crear un marco en el que todos se consideren incluidos, sino de incluir a unos a costa de otros. Por ejemplo, se incluye al musulmán, a pesar de que su doctrina sea radicalmente contraria a los presupuestos posmodernos feministas, pero se excluye al cristiano o al católico.

Aparecen nuevas divisiones y tribus por doquier, leyes ad hoc para grupos concretos. Se quiere acabar con las fronteras físicas, pero a costa de crear nuevas fronteras culturales, psíquicas o emocionales.

Lo que importa ya no es lo común, sino los diversos grupos-tribus-colectivos con los que cada uno se identifica. Da igual que estos nuevos grupos identitarios se comporten como sectas, que persigan al hereje externo mientras castigan internamente cualquier desviación para reforzar su cohesión y solidaridad. Es más, esta vez las nuevas inquisiciones no levantan actas de sus sentencias de muerte civil, ni el acusado cuenta con abogado defensor. Son más bien como aquellas cazas de brujas sin juicio previo.

¿Realmente, para este camino hacían falta parecidas alforjas? Lo que están haciendo las doctrinas de la nueva identidad en nombre de la posmodernidad y un mundo menos dogmático es recuperar las mismas actitudes perversas de las ideologías fuertes que nos llevaron a las dos guerras mundiales. La deshumanización y la demonización del adversario.

En lugar de empoderarnos nos están dejando sin norte. Ahora todos somos víctimas de todos. El horno está preparado para nuestra autodestrucción.

*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y ensayista. Su último libro es La guerra cultural. Enemigos internos de España y Occidente.

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