El año pasado nos fuimos de vacaciones como si no hubiera pasado nada y, en efecto, no había pasado nada: había pasado de todo. Transcurridos seis meses, se nos echó el invierno encima y empezamos a desbarrar. ¿Llegaría una nueva pandemia, otra ola, una Filomena monumental o la madre que parió a Panete?

A falta de dos días para que se celebre la lotería de Navidad, el mundo descubre horrorizado que han vuelto el bullicio y las terrazas, el frío pelón, la hora de las mascarillas, el silencio lapidario de los hospitales y otra vez los muertos.

¿Cuántos van ya? En la página de las esquelas hoy rezan un responso por Carlos Marín, cantante del grupo Il Divo, que falleció el domingo en un hospital de Manchester. Lo ahogó el coma inducido y él sin enterarse. Un soplo y fuera.

En invierno ya no se recuerda a los muertos. Si me apuran, ni siquiera a los vivos. Nadie sale a las ventanas a llorar, y por todas las esquinas siguen sonando las sirenas de la policía, las ambulancias, los bomberos. Parece un anuncio del juicio final. Sólo faltan los clarines en manos de un ejército de arcángeles.

Proliferan las noticias repes. El primer año, la noticia que más se repitió era la riada de ataúdes haciendo cola en los palacios de hielo. Ya lo decían los agoreros: de Madrid al cielo, pasando por la ciudad de la justicia convertida en multimorgue.

En estos últimos días, la novedad vino de fuera. En Abu Dabi, el rey emérito (otra vez) se erigió en protagonista mano a mano con Rafa Nadal, que disputaba un partido contra el británico Murray. Concluido el encuentro, saltó la liebre: Rafa había dado positivo en covid. El emérito se salvó (por los pelos). Digamos que a él lo protegió la grada.

A cinco mil y pico kilómetros de distancia de los emiratos árabes (según se mire el mapa, a la izquierda) está España, donde don Juan Carlos de Borbón tiene puesto el ojo. Su objetivo: el turrón y el cumpleaños. Los cotillas no le quitan la vista de encima.

Borbón el viejo sueña con volver a casa. Lleva la mascarilla en el bolsillo y va tocando madera al paso de las horas. De momento, la madera que le pilla más cerca es la cabeza de López de Letona.