"Si la vida se despide, yo me despido antes, ¿tú pataleas ante lo inevitable? Yo no" (Antonio Escohotado).

Antonio Escohotado era de esas personas a las que por su modo de vida y aspecto le tenían el obituario escrito desde hace 25 años. A los grandes medios les basta sacar la necrológica a descongelar, como se hace con las croquetas: "¿Las de puchero? No, saca las de Escohotado". A estas alturas ya se sabrán ustedes la vida y obra del filósofo mejor que el once de su equipo, por lo que no pretendo redundar en estas, y sí hablar de mi Antonio particular.

Llegué muy tarde al autor de Los enemigos del comercio. Tendría 25 años cuando vi a un señor de cabello y bigote merengue, de físico frágil como un diente de león que compensaba con un intelecto de ironman de las letras. Decía que vi a este viejo risueño destrozar vía Youtube el discurso de Pablo Iglesias (luego haría lo propio y más con Monedero). Me pregunté entonces que desde cuándo permitían porno en aquella plataforma.

Me bastó aquella entrevista de La Tuerka para quedar prehendado de Escohotado. Supe de su recíproca simpatía por Albert Rivera y uno, que aún creía en Ciudadanos, creció en la admiración hacia el fundador de la discoteca Amnesia. Y encima del Real Madrid.

Me ponía podcasts suyos a cualquier hora, y me pasaba como con las conferencias de Borges: que quedaba embobado con su melodiosa perorata. Una vez, lo juro, iba por la playa de Cádiz escuchando una entrevista que le hizo Jiménez Losantos, y tan embebido iba que me pasé el límite civil de Cortadura y me colé sin quererlo en la zona de maniobras militares de Torregorda. A la altura ya de San Fernando, un cabo de la Marina me devolvió a Cádiz en una suerte de quad:

—¿Sabe usted quién es Escohotado? —le pregunté.

—Un lateral del Madrí, ¿no?

—No, ese es Coentrão. Pero, vaya, este hombre que le digo defiende mejor a los blancos. Aunque no sé quién de los dos fuma más.

Con A.E. nos pasa como con Savater, nuestro otro gran filósofo contemporáneo, quien tiene cientos de libros para que los torpes como yo nos acerquemos a su pensamiento: véase Ética para Amador, por ejemplo. Con el artífice de Historia general de las drogas no podía uno empezar por algo suave y subir progresivamente. No, heroína en vena de golpe. No había un Col du Télégraphe que nos calentara las piernas de cara al Galibier.

Quiero decir con ello que no me enfrenté a la lectura de Escohotado (más allá de sus artículos balompédicos en La Galerna) hasta que Espasa editó en 2019 Mi Ibiza privada: una narración psicotrópica de sus años como Escota el melenas, el terror de las nenas. De ahí sabemos que por sus asuntillos con los colegas corso-marselleses fue a parar en la trena, de donde como Cervantes o Junqueras (perdón) salió con obra.

Recientemente, en junio del presente año, el genial Ricardo Colmenero publicó Los penúltimos días de Escohotado: una serie de entrevistas con el pensador pasadas por la entretenidísima prosa del columnista gallego. El libro empieza así: "Tardé un buen rato en darme cuenta de que Escohotado había muerto". Penúltimos días y penúltima obra: el pasado miércoles salió a la venta La forja de la gloria, madridismo a cuatro manos entre A.E. y Jesús Bengoechea.

Antonio era una Wikipedia con bigotillo rubio de la nicotina. El último Liberal ibérico. El chamán al que los jóvenes peregrinaban a por consejo y coartada. El abuelo colega. El tolerante que lo mismo sentaba en su sofá a Amarna Miller que a Albert Rivera, a Jorge Drexler que a Juan Ramón Rallo, a un camellito de Sa Penya que a Florentino Pérez o Amancio Ortega.

Bueno, ahora toca despedir al maestro como el desearía. ¿Quién se viene de juerga a Ibiza?

Descanse en paz, Antonio Escohotado.