Lo que sigue no es una defensa de las concretas posiciones políticas de Mario Vargas Llosa, sino una tentativa de reflexión sobre una parte sustancial de sus palabras en la convención del PP: ¿se puede decir que los electores votan “bien” o votan “mal”?

“Lo importante es votar bien”, dijo el escritor. Y lo dijo después de una afirmación imprecisa que se presta a equívocos: “Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad en esas elecciones”.

Esta afirmación, en su literalidad, no es nada feliz. El primer requisito importante en unas elecciones es que sean libres, por supuesto. Y sobre la libertad completa en las elecciones democráticas habría bastante que hablar, dicho sea de paso, pero no ahora.

Desde la honestidad intelectual, debemos pensar que Vargas Llosa (aunque su frase no sea atinada) no quiso decir que la libertad en unas elecciones no sea importante, sino que, por ser una premisa y una condición obvia para ejercer el voto y conformar la democracia misma, debemos valorar como muy importante el sentido y el contenido de nuestro voto.

Como Vargas Llosa milita en la derecha liberal (o en el centroderecha liberal, como quizás él prefiera decir), como sus declaraciones se produjeron en un acto de claro apoyo al PP en su convención y, sobre todo, como también dijo que algunos países latinoamericanos “han votado mal” últimamente, todos entendimos que “votar bien” es votar a la derecha liberal y que “votar mal” es votar a la izquierda.

Este es, sin duda, el pensamiento real de Vargas Llosa, que puede y debe ser objeto de debate y, desde las distintas y opuestas posturas políticas, de hecho, lo es. Pero ese debate no ilumina la cuestión de fondo suscitada por sus palabras. ¿Se puede decir que los electores votamos “bien” y votamos “mal” según qué y a quién votemos?

Creo que sí se puede decir. En primer lugar, todos tenemos en nuestro fuero íntimo el propósito de votar “bien” cuando votamos, esto es, de votar al partido cuyo ideario encaja mejor con nuestros principios, con nuestros intereses (también, sí) y con nuestras soluciones a los problemas de nuestro país. Por ello, supuestamente, meditamos nuestro voto desde un punto de vista, también cabe suponer, político, intelectual y ético.

No es difícil concluir que, si el partido al que hemos votado llega al Gobierno y realiza su tarea de acuerdo con nuestras expectativas, consideraremos de alguna manera que hemos votado “bien”, con acierto, mientras que, si su gestión nos defrauda, nos escandaliza o nos parece incompetente y reprobable pensaremos que hemos votado “mal”, que nos hemos equivocado en nuestra opción.

A Vargas Llosa se le ha criticado porque, como he dicho más arriba, conocemos la dirección de su voto y sabemos, por tanto, que para él “votar bien” es votar a la derecha y votar “mal” es votar a la izquierda. El electorado de derechas coincide con su opinión, mientras que el de izquierdas no coincide. Lógico.

Pero desde una parte de la izquierda lo que también se le ha censurado, y con dureza, es la mera distinción que Vargas Llosa ha hecho entre votar “bien” y votar “mal”, que establece dos alternativas opuestas en el acierto o la idoneidad, en todos los sentidos, de nuestro voto.

Sin equiparar ni comparar, ¿votaron “bien” los alemanes que llevaron y consolidaron a Adolf Hitler en el poder en 1932 y 1933? ¿Votan “bien” los húngaros que mantienen al frente del gobierno a Viktor Orbán? ¿Votaron “bien” los estadounidenses que eligieron a Donald Trump y los brasileños que auparon a la presidencia a Jair Bolsonaro?

Quizá debamos reconocer que todos pensamos, lo verbalicemos o no, que unas veces los electores votamos “bien” y otras veces votamos “mal”. Cosa distinta es que los criterios de cada uno de nosotros para calificar de buenos o de malos los votos de un electorado (siendo todos legales, legítimos y de pleno derecho) coincidan con los de Vargas Llosa y con los de nuestros adversarios políticos.