Emmanuel Carrère, en su memorable Yoga, confiesa que su propósito vital es “llegar a ser mejor persona, un poco menos ignorante, un poco más libre, un poco menos lastrado por mi ego”. El periodista y autor francés lucha por convertirse en un mejor ser humano porque cree que así logrará ser mejor escritor.

No parece esa, la de hacerlo para que crezcan tus habilidades profesionales, la más brillante entre las estrategias para alcanzar el delicado objetivo de ser un buen hombre. Quizá por esa razón (aunque seguro que hay más) no figura el creador de Conviene tener un sito adonde ir entre los favoritos para alzarse, este jueves, con el mayor galardón literario del año. Tendría que darse Carrère mucha prisa en ser mucho mejor individuo, y es improbable que, al menos este año, llegue a tiempo para el Nobel.

Pero entre las grandes apuestas de los expertos vuelven a aparecer Haruki Murakami (qué bueno es su De qué hablo cuando hablo de correr); la canadiense Margaret Atwood, que creó la excelente El cuento de la criada, entre otras joyas; Don DeLillo, inmenso en su Cosmópolis; o el argentino César Aira, brillante en numerosas obras, quizá en especial en Cómo me hice monja.

Javier Marías sostiene la única candidatura española. No es imposible, pero sí improbable, que el autor de Corazón tan blanco obtenga el más prestigioso de los premios. Probablemente, el nivel de su escritura se encuentra a la altura necesaria, pero a veces eso no es suficiente.

También hay quien apuesta por una salida al estilo Dylan de la Academia sueca, con Joni Mitchell y Patti Smith como alternativas femeninas. Sería una excelente confirmación para quienes crean canciones como generadores de elementos de enorme valía poética.

En realidad, la música lo mueve todo. Y mucha de ella incorpora, sin duda, poesía de extrema calidad. Un concierto como el del cantautor Silvio Rodríguez este fin de semana en Madrid vierte tanta poesía como la que publicaron Pablo Neruda o Mario Benedetti en sus mejores poemarios. Y, encima, Rodríguez la canta con esa voz tan deliciosa con la que hace magia en cada concierto.

Pero la opción Mitchell o Smith parece improbable. Después de los escándalos sexuales que obligaron a suspender la convocatoria de 2017, y del discutidísimo premio a Peter Handke en 2019, no parece probable que en Estocolmo opten por una designación arriesgada.

Habría que regresar a la canadiense Alice Munro, el chino Mo Yan, al francés Patrick Modiano o la bielorrusa Svetlana Alexiévich. Uno de los mejores caminos para ello es el de Ngugi wa Thiong’o, el escritor de origen keniata. El autor de No llores, pequeño pasó un año en la cárcel por sus diferencias con el gobierno de Kenia, plasmadas en The Nation, el periódico en el que trabajaba.

Después de la cárcel, el escritor se exilió en Londres y más tarde en California. Regresó a Kenia 22 años más tarde, a pesar de haber jurado no hacerlo mientras Daniel Arap Moi estuviera en el poder. Sólo unos días después de volver a su país, cuatro hombres armados con machetes y revólveres entraron en su casa, le dieron una paliza, le quemaron la cara a él y violaron a su mujer.

Ngugi ha seguido viviendo, y escribiendo, tras aquel horror de julio de 2004. Carrère, por su parte, continúa luchando por ser mejor persona y también mejor escritor.

Estos días, el francés escribe sobre el juicio a los yihadistas que aterrorizaron París en el ataque del 13 de noviembre de 2015. Seguro que semejante experiencia le hace crecer en su aspiración: enfrentarte a lo peor del ser humano provoca, inevitablemente, una reflexión profunda y exigente. Ngugi, desafortunadamente, ya pasó por aquello, y en primera persona. Su obra, antes y después de la tragedia personal, resulta descomunal, y bien vale un Premio Nobel.