Con su fichaje por Gara, Pablo Iglesias demuestra que su integridad está a la altura de su prosa. Es el lugar idóneo para él: no es fácil encontrar un medio con tan poca exigencia estilística como moral.

La noticia de que un exvicepresidente del Gobierno de España colaborará con el brazo escrito de ETA es impactante, pero no puede sorprendernos. ¿Quién puede asombrarse de una afinidad que el propio Iglesias ha cultivado abiertamente, sin nocturnidad ni alevosía? Nunca ha ocultado su admiración por los enemigos de la soberanía nacional ni su fascinación por la violencia. Siempre ha tenido más simpatía por EH Bildu que por Ciudadanos. 

Sabrán que la portavoz de EH Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurua, fue editora de Egin y fundadora de Gara, y que fue condenada por apología del terrorismo. Seguro que tiene buenos consejos para el debutante.

Iglesias escribirá en el medio que hizo célebre a Maite Soroa, pseudónimo tras el que se ocultaba un delator, o colectivo de delatores, especializado en el señalamiento de periodistas. Recuerdo a una de sus víctimas, Aurora Intxausti, redactora de El País en San Sebastián. ETA intentó asesinarla (junto a su marido y su hijo de 18 meses) en noviembre de 2000. La banda estaba en plena ofensiva criminal y Gara, a través de la lupa de Maite Soroa, señalaba a los candidatos al exterminio. 

Pero lo anómalo no es que Iglesias engrose las filas mediáticas del nacionalismo radical. Lo anómalo es que un hombre cuyas siniestras simpatías son conocidas desde hace casi una década haya llegado a ostentar una vicepresidencia y a participar en el órgano de control del CNI.

Su fichaje por Gara servirá, al menos, para espabilar a los ingenuos que justificaban las aberraciones de la hemeroteca (los escraches y boicots, el colegueo en la herriko taberna, la llamada a la cacería de fachas) como pecaditos de juventud, a pesar de que Iglesias nunca se disculpara de nada. Nunca se arrepintió, porque nunca dejó de ser el que fue.

ETA fue la peor lacra de la democracia, pero también una ocasión para demostrar pundonor democrático. Su totalitarismo criminal puso a la sociedad española, especialmente a la vasca, ante el espejo. 

Descubrimos que entre nosotros vivía una minoría heroica, dispuesta a sacrificar su vida por nuestra democracia. Confirmamos que la mayoría de españoles no estaba dispuesta a asumir riesgos personales, pero intervenía en el conflicto con su presencia en manifestaciones de condena y dando apoyo electoral a opciones democráticas.

Y supimos que fuera del País Vasco existía una minoría ruidosa, vinculada a grupos de izquierda radical, que empatizaba con el terror y rendía a Iñaki de Juana Chaos los honores que le negaba a Miguel Ángel Blanco.

Ese es el ecosistema en que nace Podemos. El mismo desde el que hoy se imparten lecciones sobre delitos de odio.