Confieso que solté una carcajada cuando el artículo de debut de Pablo Iglesias en Ctxt, que avanzaba penosamente, con indigencia estilística e intelectual y vileza cívica, desembocó en un “hagan sus cábalas”. No me lo he puesto aún como tertuliano radiofónico (retrasaré todo lo que pueda el momento), pero no me extrañaría que haya gastado ya algún que otro “¡no es de recibo!” o “un órdago a la grande”. 

Su anfitrión en la cadena Ser, por cierto, Aimar Bretos, al estrenarse como director de Hora 25, hacía una encomiable proclama “contra la polarización”. Se conoce que para ello nada mejor que invitar a guerracivilistas fijos. Al fin y al cabo, los que polarizan son los otros. La tercera nueva casa de Iglesias es la independentista Rac1, que es como si después del 23-F un exvicepresidente del Gobierno fichase por El Alcázar.

El artículo en Ctxt, además de mediocre, es escalofriante. Esta cualidad la incrementa el aire de boxeador sonado de Iglesias: promociona una confrontación que ya resulta fofa, que retóricamente apunta a un futuro pero en realidad remite a un pasado. Su tiempo pasó y él solo puede presentarse como si estuviese por pasar. Esto sí resulta simpático: el empeño por salvar su modelo de negocio. Sin duda ha hecho las cábalas de que con ese rollo mantendrá su tren.

Ya ha guardado al Iglesias de la voz meliflua y la constitucioncita de bolsillo que sacaba en sus últimos debates nacionales. Ahora vuelve, aunque sin coleta, el amigo de los golpistas catalanes y los proetarras de Bildu: el bronco denostador de la Constitución en que se funda la democracia española y el progreso y la paz civil de los últimos cuarenta y tres años. Todo lo interpreta al revés y además está con los malos. Tacha de antidemócratas a los demócratas, siendo él un contumaz antidemócrata.

Cansa repetir lo de siempre, pero con sujetos como Iglesias estamos condenados a la repetición. Es un volver siempre a la casilla de salida. No tiene ni idea de lo que es un Estado de derecho y de ahí se deriva lo demás. Su énfasis en el carácter reaccionario de la España constitucional es la coartada para su impresentable discurso contra ella: desde su genuina reacción, que él llama progresista. 

La estrategia la repite con todo. En el artículo expresa un temor a hipotéticas prohibiciones de partidos, cuando nada le pirraría más a él que prohibir partidos. La infame pistola nazi que le han puesto como ilustración, con las siglas PP-Vox y PRENS.A. 78, con el rabito diagonal de la R difuminado para que parezca otra P (parece un chiste de Echenique), indica a las claras dónde está la violencia: en esa ilustración está la violencia.

Ahora Iglesias agita el espantajo (¡yo también tengo mis frasecitas!) de un futuro Gobierno PP-Vox. ¿Y si gobernaran PP y Vox? es el título de su artículo. Si finalmente se produce, pocos habrán contribuido tanto como Iglesias. 

Sucede que los que de verdad hemos combatido a Vox somos los que hemos combatido a Iglesias desde el principio: combatiendo a Iglesias estábamos combatiendo a Vox, porque ese era el combate real contra Vox. Lo otro solo ha sido promoción de Vox. Pero Podemos llegó al Gobierno como llegará Vox. Así que habremos perdido doblemente. (Lo nuestro, me temo, no es el combate).