Tomo nota. Afganistán es el primer exportador de opio al mundo. O, en otras palabras, la adormidera de Occidente. Es la droga en modo heroína, morfina y demás variantes de los opiáceos. Un país que no hay por dónde coger. Sin embargo, ahí está. Hecho un asco y dando mal ejemplo al mundo.

En Afganistán, la historia se ha manifestado como una sucesión de conmociones que ponen la vida patas arriba. Como ocurre en otros países, también en Afganistán hay un antes y un después. Antes de los imperios y después de las civilizaciones, antes de los cruces de caminos y después de las rutas comerciales. Antes y después de las invasiones y la Unión Soviética, de las tribus, la islamización, el monstruo talibán y los Budas de Bamayán. Antes de los turcos y los chinos. Y antes del antes, incluido cierto nivel de independencia.

Me cuesta reprimir las lágrimas cuando veo escenas que raspan el alma, como el abrazo feminista de la ministra Margarita Robles a dos mujeres recién llegadas del caos.

Desde la entrada de los talibanes en Kabul, la muchedumbre se congregaba camino del aeropuerto deseando huir del país. Todo el mundo quería ser evacuado, pero las plazas eran limitadas. Los marines formaban una apretada barrera de alambres que impedía el paso a los afganos.

Vi mucha gente lanzando bebés al aire para que los soldados se hicieran cargo de ellos. La escena era dolorosa y los niños lloraban aferrados a los militares. También vimos a hombres que caían de los aviones porque resbalaban del tren de aterrizaje. Tres vidas malogradas dieron la vuelta al mundo para que aprendiéramos de ellas: un futbolista juvenil aplastado en la pista, además de un médico y un dentista estampados contra el asfalto al desprenderse de sus escondites en la panza del avión.

Algunos morían presa de sus propios nervios y de los tiroteos talibanes. Me estremeció el caso de Nilofar Bayat, capitana de la selección afgana de baloncesto en silla de ruedas, que finalmente llegó a Bilbao acompañada de su cónyuge.

Atrás quedan muchas solicitudes de evacuación, llantos rezagados y críos que habían perdido el cuello al que se aferraban. Mientras, en Torrejón, la ministra de Defensa impartía consignas urgentes: “Para ser evacuados deben gritar ¡España! y llevar una bandera o un trapo de color rojo”.

Los talibanes son gente de gatillo fácil y a la menor te abren la cabeza. Para ellos, la vida depende de un maldito segundo.