Una de las muchas citas que en Internet se atribuyen a Winston Churchill es esa definición del fanático, “alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”, que si fuera apócrifa bien merecería ser auténtica.

Tomando como verdad lo anterior, no puede decirse que Pedro Sánchez sea un fanático. En dos años ha cambiado de opinión sobre los pactos con Podemos, el capitalismo de amiguetes, la rebelión en los sucesos del 1 de octubre, la devolución en caliente de personas migrantes o la concesión del indulto a los condenados por el procés. Acompañar al presidente en sus requiebros exige una cintura a la altura del mejor Baresi o, en defecto de esta, mucho cuajo.

Un ejemplo: el flamante Secretario General de los socialistas andaluces, Juan Espadas, concedió ayer una entrevista a Carlos Alsina, que le preguntó por los indultos. El líder del PSOE-A ofreció una explicación larga, de la que Alsina extrajo una conclusión: “Entiendo, Espadas, que usted apoya los indultos en la medida en que el Gobierno de España ha decidido que los va a conceder. Si hubiera decidido lo contrario, usted opinaría lo contrario”. Juan Espadas despegó los labios, y de ellos desenvainó una afirmación afilada: “Claro”.

Los políticos suelen usar circunloquios para rehuir las preguntas incómodas, pero no debió de parecerle a Espadas que esta lo fuera: “Claro”. El líder regional, que representa a la corriente sanchista enfrentada a Susana Díaz en Andalucía, puede defender una posición u otra sobre los indultos porque, en realidad, no tiene opinión sobre ellos. Y eso, no tener opinión, es la esencia del sanchismo.

La concesión de los indultos no tiene que ver con ninguna opinión. Ni siquiera con la ambición de pasar a la historia como el pacificador de Cataluña, como a menudo se dice. La concesión de los indultos obedece a un mero conteo aritmético. La única estrategia que puede permitir a Sánchez revalidar el gobierno es precisamente esta.

Hay quien dirá que es demasiado arriesgada porque la opinión pública está mayoritariamente en contra. Concedo que es arriesgada, pero es su única estrategia posible. Si el PP y Vox no son capaces de sumar mayoría absoluta, las próximas elecciones las decidirá esa bolsa de medio centenar de escaños nacionalistas y periféricos que sistemáticamente decantan la balanza del lado de Sánchez.

Por eso los indultos sirven a un propósito doble. Por un lado, cohesionan y reeditan la suma de la moción de censura, única vía de Sánchez para acceder a Moncloa. Por el otro, la medida permitirá al PSOE apuntalar su feudo catalán, ahora que Andalucía, donde tiene su mayor federación, parece girar a la derecha. Es difícil gobernar sin Andalucía, pero harto más difícil es hacerlo sin Andalucía y sin Cataluña.

En cuanto al rechazo social que provocan los indultos, cabe esperar un progresivo realineamiento de los votantes con las posiciones del partido, especialmente si la cuestión se convierte, como parece sugerir la movilización de Colón, en un elemento polarizador.

Ahora bien, canjear apoyos para el plazo de una legislatura, a cambio de concesiones irreversibles y permanentes, es una jugada que puede salirle bien a Sánchez, pero no a España.

Tenemos un presidente que ha demostrado una capacidad sin precedentes para cambiar de posición, pero lo que necesita el país es cambiar la conversación pública. Mientras esto no suceda, el debate político seguirá monopolizado por cuestiones que nos dividen, refuerzan la lógica de bloques e impiden los pactos necesarios para que el país progrese. Sabemos que a los españoles nos separan la ideología y la identidad, pero somos capaces de ponernos de acuerdo cuando hablamos de políticas públicas concretas. No se trata de cambiar de opinión, sino de cambiar de tema.