El humano es un ser apasionante que, muchas veces, ante la lejanía o la grandeza de sus, llámales objetivos, llámales sueños, se queda parado. No muevo ni un dedo porque no voy a obtener resultados cuando yo quiero, que es ahora mismo. Visto así, lo lógico sería comenzar cuanto antes, para llegar lo más rápidamente posible.

Nos pasa a los individuos actuando como individuos y también actuando como partes del engranaje de las empresas. Al final, una empresa no es más que un montón de gente que, en el mejor de los casos, camina en una misma dirección. En el peor, dos opciones: cada uno va por su lado, o permanecen todos inertes, moviéndose solo para recibir la pasta el día uno de cada mes.

Algunas empresas ya se mostraban anticuadas en cuanto a su organización antes de que llegara el bicho: lo importante era calentar la silla por encima de los objetivos cumplidos y la productividad. La flexibilidad brillaba por su ausencia, el liderazgo ni se olía y el sentimiento de pertenencia a algo que te importa no existía. Cuestiones que sufrían, que sufren, tanto los que deciden como los que ejecutan. Y los clientes, obviamente. 

A la conciliación, o a su ausencia, ya le hemos dedicado otra columna. 

Como lo quieres ya y no puede ser, no das tan siquiera ese primer paso que lo cambiará todo. Nos pasa con hacer ejercicio, no nos va a pasar con la implementación de protocolos de funcionamiento, con el replanteamiento de todo el engranaje en el que se basa tu sustento.  

Les pasa a los pequeñines, a los autónomos, y les pasa a los grandes dinosaurios en que se han convertido algunas empresas. Los que deciden se huelen que aquí algo no va bien, advierten que los empleados andan cabizbajos y que a la que pueden se piran para calentar otra silla o para ocupar una creada por ellos. Algunos mandamases se percatan del tono beige de las caras, pero arrastran el convencimiento de que uno no tiene que ir contento a trabajar, sólo tiene que ir, que ya se divertirá cuando lleguen las cinco, o las ocho, en el peor de los casos; que las cosas siempre se han hecho así y que por algo será; que tampoco les va tan mal y que si no les gusta, ahí está la puerta. Una por la que no para de salir gente beige y entrar gente que será beige en pocos meses.  

Otros mandamases sí cambiarían su cultura empresarial. Si supieran cómo, claro. Pero como la montaña de eso que llaman motivación, cultura empresarial, gestión del cambio, autoliderazgo, gestión de equipos en lugar de manejo de rebaños se les antoja muy galáctica, se quedan quietos, como si la solución fuera a caer del cielo. Que sea lo que tenga que ser. 

Y nunca es nada, claro.  

Entonces llega la pandemia y nos arrea un hostión en los morros: qué me estás contando de seguridad, chaval, que nos han encerrado dos meses y vamos con mascarilla por las calles. Si tienes la suerte de conservar tu empleo o tu empresa, a ver cómo te apañas ahora, tú que amas la inmovilidad por encima de todas las cosas, el calorcito en la silla, lo de fichar mañana y tarde.

La estructura oficinística anquilosada no se puede trasladar a los hogares, por mil razones que no caben en esta columna. Es necesario pensar fuera de la caja, evaluar, crear nuevos protocolos y maneras de comunicarse, mantener el sentimiento de unidad cuando no nos vemos las caras. El cambio de paradigma requiere de un cambio de mentalidad para el que muchos no están preparados, algunos porque no quieren, otros porque no saben, otros porque sufren de Impaciencia Paralizadora. 

En tiempos pandémicos, además, encuentran la excusa perfecta: tal como está la cosa, no está el horno para bollos, bastante tenemos ya.  

Pero es que no queda otra que avanzar. Si es que pretendes sobrevivir, claro.