Andrea Levy, desbloquéame de Twitter: no te sientes tan lejos de mí en la virtualidad y en la vida, como una compañera rancia de clase en el colegio. ¿Te molesto, Andrea, me temes? ¿Qué cable te crucé en mala hora, qué te dije? Ya no sé: probablemente alguna verdad. Andrea, desbloquéame en Twitter, tía, no vayamos a hostias: hazlo por esa libertad que tanto enarbolas, esa palabra que fue hermosa y que habéis llenado de sebo y de polisemias, esa palabra-trueque que ya te cambian en el Rastro de Madrid por un viejo periódico falangista o un llavero del Betis.

Andrea, no vamos a engañarnos: lo nuestro nunca fue un flechazo, más bien una pelea de mendigos. A ti no te hago gracia y maldita la gracia que tú me haces a mí. No nos conocemos de nada, pero allá en tu despacho pagado con mis impuestos en algún instante me piensas, secretamente, y yo te pienso tres veces al siglo en mi escritorio del Ikea, echándome el cigarro al que no puedo invitarte, el que jamás podré brindarte, como un garfio legítimo a una legítima contrincante. A la misma hora nos recordamos algo y nos sufrimos, como escribió Sabines. ¿Lo has leído, quizá, o esos chavales de la Consejería que trabajan para edificar tu talento aún no te han pasado el Word de dos carillas con sus citas? Te lo prestaré, Andrea. Tú eres el ejemplo de que los libros nunca sobran.

Tenemos tantas cosas que decirnos, mi consejera distante, mi consejera del block: así lo siento yo, al menos, ghosteada como estoy por ti, anulada en la vasta red, ignorada en mis pasiones. Ambas somos mujeres jóvenes, dicharacheras, un poco exaltadas en nuestras discrepancias, un poco subidas a un tigre como actitud vital: en otro universo podríamos ser hasta amigas, pero esta España nuestra y sus rencillas nos separan.

Será esto triste, Andrea, qué desencuentro. Qué impedimento se cuece entre nosotras, qué solemne pared, colega lejana: tú ‘gestionas’ -es una forma de hablar- la Cultura de la ciudad en la que vivo, yo escribo sobre ella y a ti te da por bloquearme en uno de esos arrebatos tuyos que ya son seña, impronta, marca de res. A mí me atormenta en el alma tu frialdad, Andrea, como cantaba Triana. Qué feo esto, qué poco democrático: qué tarita arrastras de los grandes censores históricos de tu partido y de sus antepasados tan localizables. Lo que no te gusta, mejor que no exista. Qué más dará el derecho a la información. Al carajo el debate público. Aquí manda tu montera, eso de siempre.

Bien sabes, Andrea, que todos corremos el riesgo de acabar pensando a través de un personaje: yo la primera, pero de ti aún aprendo. Tú todavía piensas que la “cultura” es presentarle el libro a los cuatro matados de tus compadres en Malasaña -o, como dijo Michi Panero, cuatro horteras que no saben escribir un mal poema-. Tú defiendes una “cultura” de chupa de cuero y matonismo insolente, una cultura que se repeina y patrocina bancos, como la de Loquillo recogiendo el último duro de la alcantarilla. Tú aún sientes que la “cultura” es grabarte un vídeo en tu salón calcando oralmente las sinopsis de las novelas que te envían -ni una idea propia- o fotografiarte con jóvenes que posan contigo -irónicamente, has de saberlo- una noche loquita en el FIB.

Todo por la cultura pero sin la cultura: ese será tu lema silente, tu látigo subterráneo. Qué ganas de presentarte a Galdós, Andrea. Pero de verdad: no como tú lo conoces, con el Wikiquotes en la mano. Qué fartita te hace un baño de Agnès Varda. O tal vez bastaría con que escucharas a las más de 120 asociaciones culturales de Madrid que te han dedicado un escrito manifestando su decepción por tu errático curro. Si la política no es atender, si la política no es cuidar humildemente, dime tú a mí qué será la política, Andrea: lástima que tu enorme ego te impida recordar que estás a nuestro servicio.

Andrea: no me divierte tu presunto exotismo de ala progre del PP. Prefería al lunático de Fernández-Díaz galardonando a la Virgen de los Dolores con la Cruz de Plata de la Guardia Civil que a ti cerrando M21 un día antes de lo anunciado, sin que la plantilla pudiese ni despedirse a los micrófonos. Yo elijo que los reaccionarios me vengan de frente. Porque tú, Andrea, puedes ser chula y bravucona, puedes ser una histriónica indie, puedes ser, si lo quieres, una chabacana punk en el atril sin ápice de gracia, pero inevitablemente estás en el Gobierno que quitó los versos de Miguel Hernández del memorial a las víctimas de la Guerra Civil de la Almudena, y eso siempre te cubrirá de vergüenza.

Tú estás en el Gobierno que censuró el concierto de Luis y de Pedro Pastor en Aravaca, por mucho que después te lavases las manos -yo no tengo por qué perdonarte, Andrea, porque para desgracia de los faltones que luego se disculpan una vez hecho el daño, no soy cristiana-. Tú estás en el Gobierno que veía “democrático” borrar el mural feminista de Ciudad Lineal; tú, Andrea, dices que leer a Lorca te ha hecho “revolucionaria”, pero vives del partido que recurrió ante el Tribunal Constitucional la ley de matrimonio igualitario, el mismo que vació el presupuesto de Memoria Histórica, el mismo que banalizó a las víctimas del franquismo.

Todo eso eres tú, Andrea, un engaño largo y decadente, una broma de mal gusto llevada demasiado lejos, una mujer que se ríe de las cosas que no entiende: como cuando la semana anterior, en uno de tus últimos bailes, te descojonaste de Errejón por publicar que Time había llevado a portada su propuesta de que haya cuatro días laborables -¿alguna propuesta tuya ha ido a alguna parte alguna vez? Déjame pensar con un silencio largo-. Pensaste que se había comido un fake, qué mona. Lo imposible, de hecho, es que tú te comas alguno: igual que perro no come perro, fake no come fake.