Desde la izquierda fundamentalista (o reaccionaria, o feng shui, o gauchista, o como se quiera llamar) –o sea desde el podemismo, para entendernos– cuyos representantes se mueven o dicen moverse en las coordenadas del marxismo (del materialismo histórico o del comunismo), se asume, así sin más explicaciones, la realidad tanto histórica como presente de la nación catalana, de la nación vasca y de la nación gallega (o también incluso de otros fragmentos de la nación española como puedan ser Andalucía, Asturias, Extremadura, etc.).

Es más. La evidencia casi axiomática del carácter plurinacional de España es de tal naturaleza para esta izquierda, que aquel que ose plantear alguna duda al respecto es enviado, ipso facto, por la fuerza de la propia evidencia, a la clase de la extrema derecha, reaccionaria, cavernícola (facha) y contra la que el podemismo dice luchar principalmente (antifascismo).

Es así que, según se desprende de tal evidencia, esta conciencia plurinacional fragmentaria procede, al parecer, del mismo corazón de la izquierda, de la izquierda comunista para más señas –o por lo menos tiene que ver de algún modo directamente con ella–, dejando para la derecha, para la extrema derecha (fascismo), toda otra perspectiva que conserve de algún modo la referencia a España como unidad nacional.

Ahora bien, ¿qué tiene que ver esta conciencia nacional fragmentaria con el materialismo histórico? Y, por otro lado, ¿qué tiene que ver la disolución de España por la vía separatista con el comunismo?

En la concepción marxista, la idea de nación es un producto formado por el Estado burgués que aparece con la gran industria capitalista y que va a destruir toda nacionalidad étnica previa –de carácter regional, comarcal, local– concebida como una rémora anclada en relaciones productivas anteriores –como las feudales– ya superadas.

De este modo, es desde el formato de nación canónica –Inglaterra, Francia, Italia, España, Rusia, Alemania, Estados Unidos–, en su configuración como Estado burgués, desde donde se plantea la transformación revolucionaria, íntegra, no por fragmentos, hacia un estado socialista.

Industrialización y centralización, en este sentido, son dos procesos históricos que se presuponen desde el materialismo histórico en la formación de la nación contemporánea, y en cuyo marco se produce la lucha de clases –proletariado/burguesía– que conduce a la revolución comunista. La resistencia a desaparecer de esas naciones étnicas, fragmentarias, es una resistencia reaccionaria, que busca la conservación de unas relaciones sociales –feudales, señoriales– ya superadas como consecuencia de la formación del Estado burgués.

Así de claro lo dirá F. Engels:

"Esos restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos desechos de pueblos, se convierten cada vez, y siguen siéndolo hasta su total exterminación o desnacionalización, en portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica. Así pasó en Escocia con los gaélicos, soporte de los Estuardo desde 1640 hasta 1745. Así en Francia con los bretones, soporte de los Borbones desde 1792 hasta 1800. Así en España con los vascos, soporte de Don Carlos"

(F. Engels, La lucha magiar, 1849)

La idea de nación fragmentaria del nacionalismo gallego, vasco y catalán, sin embargo, procede de una concepción que nada tiene que ver con el marxismo y con el materialismo histórico. Incluso es opuesta a él, en cuanto que concibe la nación como realidad anterior al desarrollo industrial –eotécnico, por decirlo con Mumford–, incluso prepolítico –arcádico–, al postular la existencia de esos pueblos como pueblos originarios que ahora reclaman un derecho a la autodeterminación frente a la acción centralizadora del Estado burgués.

Es decir, lejos está la acción separatista del nacionalismo de una acción revolucionaria, en sentido marxista. Muy al contrario, esa separación, que se produciría en el marco de la nación etnolingüística fraccionaria, caería directamente en la reacción al ser un paso atrás en la centralización de la acción del Estado, como Estado burgués.

Marx lo dirá con toda claridad, en referencia a Alemania, aún no unificada:

"En un país como Alemania, donde hay tantas reminiscencias medievales que barrer, y tanta local y provincial obstinación que quebrantar, por ninguna circunstancia puede permitirse que ciudades y provincias opongan obstáculos a la actividad revolucionaria que necesita emanar del centro. […] Como en Francia en 1793, así es hoy la tarea del partido revolucionario alemán: centralizar la nación"

(Marx, circular del Comité Central a la Liga Comunista, 1850).

En definitiva, la conciencia plurinacional de España no se puede de ninguna manera justificar desde el marxismo. Ni desde un punto de vista teórico, desde el materialismo histórico, porque el nacionalismo es un idealismo, ni, menos aún, desde un punto de vista práctico, revolucionario, porque el separatismo es un reaccionarismo.

He dicho.