Permitan que me conmueva. Ya sé que muchos están en contra, pero cuando vi en titulares la noticia de que el Rey Emérito pensaba regularizar su situación con Hacienda me dio un subidón y pensé que volvería a casa por Navidad.
No todos somos Echenique. Tiene razón el podemita cuando dice: “Le han pillado; Regularizar es una forma de admitirlo” pero la razón también nos asiste a quienes, reconociendo los errores del último Rey, no olvidamos los aciertos del primero, que ya están en la historia.

Escribo la columna consciente de que mis contradicciones, como las de algunos de mis contemporáneos, me dejan con el culo al aire, pero no tengo la culpa de sentir aprecio por mis allegados (aunque sean reyes), y desear su regreso. En su día también regresó el padre del Rey (Juan III, que diría Ansón) con el que apenas se hablaba, y en Madrid vivió hasta que se lo llevaron a la Clínica Universitaria de Navarra, donde le llegó la muerte. También el Emérito podría recluirse en un barrio discreto y elegante de la capital, lejos de las miradas curiosas.

No sé por qué siempre queremos mandarlo a la República Dominicana con Fanjul, o a Portugal con los Brito e Cunha Espírito Santo, o a las monarquías del Golfo con alguno de esos “hermanos” árabes que lo llenan de oro pero no alivian su soledad.

Aparte de su hija Elena, bastantes españoles han han visitado al Rey durante su estancia en Abu Dabi. Los que han hablado con él cuentan que se siente solo y le gustaría volver.

El Rey ha sido frívolo con el dinero y las señoras. El momento Corinna es la síntesis de esa doble frivolidad que le ha distinguido en la última década, desde que se partió la cadera y el alma cazando elefantes en Botswana.

El dinero ha tenido vida propia durante el reinado de Juan Carlos. Él siempre ha sufrido por temor a que le ocurriera lo que a su padre y su abuelo, que no tenían donde caerse muertos. Un rumor muy extendido durante los primeros años de reinado fue el acuerdo establecido por los grandes banqueros españoles, para obsequiarle con un maletín con veinticinco millones de pesetas cada uno. Desconozco si el rumor se materializó, pero si no fue así al menos existió la intención de que este país no tuviera jamás un rey pobre.

El filón se descubrió cuando los árabes pusieron ceros a una petición del Monarca para el lanzamiento de la UCD de Suárez. La cantidad era desorbitada, pero corrían tiempos felices y todo era poco. Ahora ya sabemos que se trataba de financiación ilegal, pero entonces estos detalles carecían de importancia.

El Rey ha confesado en varias ocasiones que el gran error de su vida ha sido enamorarse de la mujer equivocada. Se llamaba Corinna Larsen, presumía de princesa y siempre quería más, y más, pero mucho más. El momento Corinna duró años, los suficientes para hacerse comisionista y en nombre del amor, meter en líos al Monarca. Uno de los más sonados fue el regalo que le hizo el Rey de Arabia Saudí, cien millones de dólares por la cara, no en concepto de comisiones, sino como regalo puro y duro. El ministro de finanzas saudí ingresó el dinero en una cuenta suiza, y cuando don Juan Carlos quiso rectificar, ya era tarde. Los millones estaban en el regazo de Corinna. Según declaró la falsa princesa, el Rey se los había regalado. Un poco más y lo despluma.

Es bueno que el Emérito esté dispuesto a regularizar sus cuentas. La buena fe es un atenuante ante eventuales reproches penales o fiscales. De momento, algunos españoles lo esperamos en nuestras casas por Navidad. Tiene las puertas abiertas.