Sucedió en la última sesión de control al Gobierno. El líder de la oposición tomó la palabra y, tras pronunciar una larga perífrasis de reproches al presidente, concluyó su intervención: ¿Qué está usted haciendo? A la pregunta de Pablo Casado siguió la respuesta de Pedro Sánchez: “Lo que estamos haciendo es cogobernar con las comunidades autónomas”.

De todas las extravagancias con que nos ha sorprendido la política, nunca antes conocimos la de un líder que se toma tantas molestias por mantenerse en un cargo que en realidad no quiere. Sánchez anhela ser presidente para posar como un Kennedy en el Falcon, pero, cuando de lidiar con la muerte y la ruina se trata, se declara copresidente y gracias.

El copresidente ha conseguido aprobar un estado de alarma cuya ejecución territorial pretende delegar en las regiones: “Es una puñetera locura”, ha dicho Felipe González. Sánchez y Redondo nos han vuelto a pillar: que la mayor amenaza a la integración territorial del Estado iba a partir del palacio de la Moncloa y no de los nacionalismos periféricos no lo vimos venir.

Creo que es la diferencia fundamental entre el PSOE que encabezó González y este otro de Sánchez. El del primero no solo era un partido del sistema, era, casi, el sistema mismo. En cambio, Sánchez ha hecho fortuna con una estrategia que pasa por debilitar las instituciones: la Jefatura del Estado que cuestionan sus ministros, el Poder Judicial para el que preparó una reforma a la polaca, la sempiterna provisionalidad de la televisión pública, el Parlamento al que no quiere rendir cuentas y, ahora, un Estado de las Autonomías del que parece haberse caído el Estado. Es un antisistema alzado al puesto de mayor rango del sistema.

El copresidente, como decíamos, ha conseguido aprobar un estado de alarma de seis meses, y con esta ya van dos derrotas en un mes. La primera se la infligió Casado, votando contra la moción de censura de Vox. La segunda es este estado de alarma desquiciado al que no se han opuesto PP ni Ciudadanos. Como los buenos populistas, Sánchez gobierna señalando a la oposición como el obstáculo a su programa de progreso. Es la inversión de la fiscalización. El problema es que la oposición parece haber dejado de colaborar en su juego polarizador. ¿A quién culpará ahora el copresidente de sus fracasos (y de sus sonrojantes pactos) si nadie rechaza sus planes?

Con la aprobación del estado de alarma, la oposición le ha dicho a Sánchez: “Adelante, gobierne”. Pero Sánchez no quería eso. Quería un voto en contra con el que poder endosar a Casado el desastre que viene. A falta de ese capote, el copresidente ya lo intenta por otro flanco: votar en contra de los PGE, advierte el PSOE, "equivale a permitir que el virus venza la partida”. No sé, yo creo que ya no cuela.