La izquierda barroca que nos gobierna conmueve, a veces. Ese interés, didáctico y persistente en que el PP vuelva a la senda de la Constitución. Un PP que dicen se ha echado al monte negándose a participar en la renovación de los órganos del Poder Judicial. Cayetanos antisistema que por pura maldad (y por tapar su corrupción) se obstinan en no llegar a un acuerdo de reparto de puñetas. Mala gente, sin duda. Anticonstitucionales.

Pensar que hay quien no respeta la Constitución, se dicen mientras van horadando con contumacia caribeña el edificio constitucional. Brutroneros levantando la nariz cuando se enteran de que alguien no ha devuelto un libro a la biblioteca en plazo. Eso son.

Creerán que nos engañan. Y sí. Desde la psicopatía o la desfachatez, Sánchez, Iglesias, Ábalos, Lastra, Montero y ese largo etcétera que nos mangonea, van estirando la cuerda, solapando una mentira con otra, una incongruencia con otra, una negligencia criminal con otra, para ver en qué momento decimos ¡basta!.
Con suerte, piensan, para cuando llegue ese momento, de ese edificio constitucional sólo quedará la fachada, o ni eso.

Ya se le prohibió ir a Ceuta y a Melilla para no molestar al sátrapa marroquí, pero el Rey también estorba en Cataluña porque tensiona la convivencia y porque queda mal en la composición del cuadro de los Presupuestos, óleo sobre lienzo. Así que también se le prohíbe ir a Barcelona a la entrega de despachos de los nuevos jueces y se le impide explicar por qué.

El Rey no se sale de su papel, pero no le ahorran ni una humillación porque saben que no puede defenderse, ellos –los constitucionales– tan valientes. “Es una decisión bien tomada” –dice la ministra Calvo–, ¿por quién? Por quien debe tomarla. Su Persona. Y punto.

El Rey se atreve a ser educado y hacer una llamada a Lesmes para decirle que le hubiese gustado estar en ese acto al que acude cada año. Cierto, no puede explicar a qué se debe su ausencia, pero qué menos que sepa que es involuntaria.

Los comunistas lo juzgan un acto impropio de un rey rehén. Nos ha salido rebelde el señorito. “Maniobra contra el Gobierno”, dice el ministro (sí, ministro, ya ven) Alberto Garzón y luego no sé qué de monarquías hereditarias y gobiernos democráticamente elegidos, como si lo uno y lo otro fueran incompatibles y su legitimidad no emanase del mismo documento –la Constitución del 78– que justo ahora que escuece el tema de la renovación de los órganos de los jueces, se esgrime como la Verdad Revelada y a ratos es un prescindible e interpretable pasquín.

Por no salirse del guion –porque lo hay–, Iglesias llama a su partido a luchar por la república y lo fija como “tarea fundamental de Podemos” siendo como es el vicepresidente del Gobierno, y su señora, ministra del mismo. Eso sí, mientras tanto riñe al Rey por no ser un tibor chino y le exige “neutralidad política” y del mismo modo que Garzón, le exige no salirse del papel que le otorga la Constitución.

Me pregunto si de mentira en mentira y de despiece en despiece, a los españoles sólo nos queda contar muertos y honrarlos en la clandestinidad. Si vamos a resignarnos al retrato del Rey –de paisano, de uniforme– en nuestros perfiles sociales. Si ante tanta desfachatez nos vamos a quedar callados.

Y sobre todo me pregunto –esta vez retóricamente– ¿a qué ese empeño por renovar los órganos del Poder Judicial?