El coronavirus regresa fuerte. Todo el mundo sabía que volvería, si es que de verdad se había ido para permitir el período vacacional y los ingresos derivados del turismo; pero a pesar de semejante certeza, tan clara a principios del verano como ahora, parece claro que el país no ha hecho lo suficiente para frenar, o al menos paliar con garantías, esta segunda ola.

Los hospitales, especialmente en Madrid, comienzan a llenarse, y el colapso sanitario asoma, no tan lejos, como una amenaza potencialmente devastadora. Todos sentimos aún miedo por lo que pasó en primavera, y la situación este otoño podría guardar demasiados paralelismos. La gran diferencia es que, entonces, en alguna medida, se podría intentar justificar la catástrofe por el factor sorpresa, a pesar de que los Gobiernos, los expertos en Virología y la Organización Mundial de la Salud podían ver lo que ocurría en China, en Italia y en otros países. Ahora, con gran parte del mundo condenado por su propia inacción, o por su flagrante prepotencia, ese descargo resulta imposible.

La Comunidad madrileña estudia nuevas medidas para intentar contener la Covid, pero mientras el viceconsejero Zapatero y la presidenta Ayuso intentan pulir sus diferencias y aunar una estrategia, la atención primaria se coloca en una situación de extrema dificultad. Con los casos de Covid-19 en aumento estratosférico y la primera barrera a punto de ser vencida, puede que cuando llegue la sintonía a la Comunidad madrileña, seguramente en el Consejo de Gobierno de finales de semana, ya no nos valga de nada.

Mientras los Ejecutivos regionales, el madrileño y los demás, buscan maneras de afrontar con algún optimismo la delicadísima situación que se aproxima, el Banco de España advierte de que la economía española caerá con más contundencia, incluso, de la que había previsto inicialmente, más allá del 10,5%. Nuestro país puede verse así envuelto en una tormenta perfecta: abatida por la crisis sanitaria y estrangulada por el declive economico.

En medio de este escenario de gran debilidad y enorme preocupación, el presidente del Gobierno y el líder de la oposición siguen secuestrados por su propia inercia dialéctica de la etapa prepandémica, atacando al rival sin buscar soluciones al mal común; tal vez no se hayan dado cuenta de que lo que más importa a los ciudadanos es cómo combatir al virus con eficacia y, al mismo tiempo, o un instante después, cómo salvar la economía. Pero Sánchez insiste en acusar a Casado de tapar unos delitos con otros, la Kitchen y la Gürtel, mientras el líder popular afea al presidente que su partido sea más leal a Bildu que al PP al buscar el apoyo a los presupuestos. El discurso de cada uno, en esta nueva y amenazante fase, bajo el influjo de lo de siempre.

A la mayoría le resulta irrelevante la mascarilla de Abascal o el infantil duelo entre Macarena Olona y Pablo Iglesias. “Nos veremos en la siguiente sesión de control, señor vicepresidente”, advirtió la portavoz de Vox; “como caballero retado, me toca elegir las armas: la palabra”, ha contestado el vicepresidente.

Mientras nuestros políticos juegan al siglo XVI, numerosos médicos, como acaba de hacer un responsable del Hospital 12 de Octubre, insisten en que están “asustados” ante lo que viene, y subrayan que siguen faltando -como en marzo- tanto personal de enfermería como medios. Olona e Iglesias se retarán en la próxima sesión parlamentaria, sí, pero el coronavirus, segunda parte, ya está aquí. Y no está para juegos...