"Nadie sabe lo que pasó. Nadie". Eso me dijo un médico del Hospital Universitario La Paz recientemente, mirándome con intención y profundidad. "Solo los que han estado allí lo saben".

A los sanitarios que han combatido el Covid-19 como si se tratara de una atroz invasión foránea, que es lo que era, aún se les contraen los músculos faciales, se les desencaja un tanto la zona mandibular y les lagrimean sin apenas resistencia los ojos cuando recuerdan lo que han vivido estos últimos meses. "En 30 años nunca he visto nada que se le pueda parecer ni remotamente", me confirmó.

Los que no estuvimos ahí, es cierto, no podemos hacernos una idea de lo que verdaderamente sucedió. Ni aún poniéndole todo el esfuerzo. Nos limitábamos a aplaudirles en los balcones, y eso no salva a nadie. Lo que sí sabemos es que nosotros tampoco olvidaremos nunca todo lo que hemos vivido desde el pasado mes de marzo.

Resulta asombroso que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, y el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, hayan salido reforzados de esta crisis que ha provocado la pérdida de un número aún indeterminado de vidas. ¿Son 28.000? ¿Son 48.000? Aunque se acerca el día del homenaje oficial a todas las víctimas, todavía no sabemos cuántas han sido.

A Simón hasta lo llevan en camisetas, y algunos piden una calle para él. Incluso el más español de todos los británicos, James Rhodes, se ha enamorado (un poco) de él: "Apuesto a que huele a caballos, madera y consuelo", escribió. El pianista tiene (casi) tanto talento escribiendo como tocando; si algo huele como él lo describe debe de ser realmente atractivo.

Sin embargo, a pesar de los olores, cada día está más claro que nuestros responsables sanitarios actuaron como mínimo tarde, y que esa lentitud ha tenido una influencia decisiva en provocar los últimos días de muchos ciudadanos.

Hasta Eduardo López-Collazo, el director del Instituto de Investigación de la Paz, admite que "la mala gestión fue no ver las señales de Italia y China". Por supuesto. Aunque no se trataba de "señales" exactamente, sino un de tsunami de insólita envergadura que se dirigía en nuestra dirección. Ni Illa ni Simón nos animaron a apartarnos. Más bien, con sus comentarios aparentemente tranquilizadores, nos alentaron a mantener la calma y a no retirarnos.

El Covid-19 tampoco se ha ido. Está ahí. Se ha escondido notablemente gracias a nuestra vida en el exterior. Pero no ha sido vencido. Volverá y quizá no solo en forma de nuevos brotes esporádicos. Y, cuando lo haga, será mejor que hayamos aprendido algo y estemos mucho mejor preparados; y que ignoremos voces supuestamente capacitadas criticando alarmismos; que olvidemos eso de que "es solo una gripe", que el riesgo de contagio "es bajo" y demás torpezas, muchas de ellas corroboradas por Illa y Simón.

Por todo ello urge una revolución sanitaria. Una reestructuración absoluta del mundo de la Sanidad que suponga que los celadores, enfermeros, auxiliares y médicos reciban los salarios que les corresponden, el reconocimiento que se han ganado y los medios que necesitan. Por eso, el anuncio de un gran pacto entre socialistas, populares y Ciudadanos en el ámbito sanitario parece una necesidad que, ojalá, constituya el primero de muchos acuerdos en esta materia; el primer paso en esa revolución imprescindible.