Lennon se pasó la vida tratando de hacerlo. Una canción con un solo acorde. Es imposible, y lo sabía, pero anduvo cerca en algunas de sus mejores piezas.

McCartney, mientras, tuvo rachas en las que su exuberancia le permitía gastar tres y cuatro melodías en un mismo corte. Pruébenlo, hay temas que si los escuchas en bucle no te cansas.

Perdonen la pretensión pero últimamente, cuando echo la firma al día, siento que lo rubrico con los apellidos del combo más glorioso de la historia.

Hace unos años, alguien a quien quiero mucho me regaló un libro que hablaba de señales que puede ofrecer la vida. Nada de autoayuda flojeras, lejos de mí las frases prefabricadas que hacen rimar a cada uno con su taza de desayuno. En sus páginas, el autor sugiere lo que cada lector quiera interpretar. ¿Es una señal? Interprétala tú, a lo mejor ni siquiera lo es. O sí, depende de ti. ¡Qué belleza escribir una cosa y que resuenen cien!

El primer día que pisé una redacción, de entre todos los mitos del periodismo que no levantaron la vista de sus mesas para saludarme, advertí a un malencarado tipo calvo con barba blanca y bajito. Escribía columnas cortas y en sus pequeños textos lo colaba todo. No eran sus palabras, sino cómo las colocaba, que cada frase abría mundos para entender.

No les diré ni su nombre. Tampoco cuál era aquel libro ni si quien me lo prestó sabe el bien que me hizo. Sólo que cada día toco mil melodías y no me aburro de ninguna. Pero cuando llega el silencio de la noche, al echarme en la cama, se abre paso en lo más profundo un eco largo, el arpegio insatisfecho de algunas vidas a la espera de ser vividas. Escribir mejor, algún viaje que me ronda, leer más, un deseo para mis hijas y, quizás, saber qué les pasará a los protas de mi novela.

Es un tono básico que hoy, al percibirlo, me ha llamado a juntar estas letras de madrugada. Tiene una frecuencia concreta en mi corazón, y creo que en el de cada uno. Y esa armonía llega cuando halla una resonancia y nace algo nuevo.

Cierro los ojos y termino de pensar quién fuera Lennon y McCartney, cogiendo el sueño al son de los tiempos en los que rimaban cada día su mejor obra. Cuando los acordes de uno componían las melodías del otro. Mañana más.