Atravesamos un oscuro período repleto de incertidumbre. No hay nadie en las calles, pero se palpa la confrontación; una batalla triste y sin ganadores que se libra en medio de una oleada monumental de sufrimiento compartido. Quizá eso sea lo único que se comparta, el dolor.

Unos exculpan al Gobierno aunque se equivoque -¿lo harían mejor los otros?, se preguntan, seguros de conocer la respuesta-. Otros arremeten contra los que dirigen el país incluso aunque acierten en alguno de los ámbitos en los que actúan; éstos ya han tomado su decisión, y no salva a los gobernantes en ninguno de los casos, da igual si dejan o no salir, cuánto tiempo o a cuántos kilómetros, a los niños.

Seguimos inmersos en ese debate político que lo arrasa todo, ese tan básico y repetido. Quizá no hemos conseguido alejarnos lo suficiente de los ejes que sustentaron el conflicto que creció hasta convertirse en una guerra civil, hace ya mucho tiempo. Sus fantasmas aún merodean. Tanto, que el Gobierno califica de “antipatriotas” a quienes critican el ingreso mínimo vital cuya implantación lidera el ala morada del Ejecutivo. Tanto, que el líder de Vox se atreve a decir en el Congreso que “a los ciudadanos críticos con el Gobierno se les vigila a través de las fuerzas de seguridad del Estado”. La batalla de siempre. El escritor Eugenio Suárez-Galbán Guerra la dibujó con tanto juicio en La balada de la guerra hermosa (Fundamentos, 1982), que le dieron el Premio Sésamo. Hoy, casi cuatro décadas después, continúa tan vigente como entonces.

En este nuevo planeta 2020 que nació infectado, vivimos en el marco perfecto para que lluevan fake news; algunas se pueden reenviar ilimitadamente y otras no, pero todas hacen daño. Mierdas que tienden a reforzar y a retroalimentar un determinado esquema mental. Mentiras en las que queremos creer.

Los bulos que inundan nuestras redes sociales, que ya es nuestra vía de aproximación al mundo que ha forjado el Covid-19, se han convertido en una incómoda parte de nuestra vida. Ocupa demasiado espacio. Ya resulta difícil saber qué es fake, e incluso qué es news. Y parece que todo el mundo se ha puesto de acuerdo en crear una inmensa zona grisácea en la que fundamentalmente manda la manipulación de la información.

Por qué creemos en mierdas (Kailas, 2020), es el libro que ha presentado por vía digital esta semana, coincidiendo con la del libro, el psicólogo granadino Ramón Nogueras. “Lenguaraz”, le calificó el presentador de la obra y doctor en Microbiología y Biología Molecular Óscar Huertas, quizá porque el discurso de Nogueras es todo lo contrario de convencional. Pero el psicólogo no es solo certero y contundente cuando habla, también es claro. Y señaló que los bulos que enredan a quienes buscan información no solo confunden, sino que llevan asociada una consecuencia mucho más grave: la disminución de la confianza de los ciudadanos en las instituciones.

Pero este mundo que se tambalea permanece enmarañado en ese discurso tan banal de buenos y malos. Tan absortos estábamos en discernir quiénes eran los buenos y quiénes los malos que nadie en nuestro país vio venir, hasta que fue demasiado tarde, el tsunami sanitario.

En el Día del Libro, que en realidad debería durar todo el año, deberíamos hacer un esfuerzo especial para no olvidar la sabiduría que se extrae leyendo a los sabios. “Más allá de las ideas del bien y del mal existe un campo. Allí nos encontraremos”, expuso Rumi. Ojalá que, cuando todo esto acabe, podamos construir un espacio tan nítido y tan resplandeciente como el que vio el poeta sufí.