Rodaba hacia nosotros una hecatombe extraordinaria a cámara lenta y, sin embargo, nadie la vio. Surgió en China. Todos recordamos -yo también- las crónicas de los corresponsales que dibujaban un infierno lleno de enfermos y de muertos. Calles vacías. Operarios vestidos de astronautas desinfectándolo todo. Ciudadanos forzados a permanecer obligatoriamente en sus domicilios.

Aquello era un caos de dimensiones apocalípticas. Lo vimos. Pero no hicimos nada. Debió parecernos, qué ingenuos, un fenómeno circunscrito a una parte del mundo. Algo local, que les sucede a otros.

Recuerdo crónicas de Pablo M. Díez, de Abc, trasladándonos un Shanghai fantasmagórico. Recuerdo imágenes de la responsable de TVE en Asia, Mavi Doñate, con su mascarilla puesta, intentando explicar cómo China afrontaba el cierre de Wuhan. O información de Macarena Vidal, de El País, sobre la muerte de Li Wenliang, el oftalmólogo que, junto a otros profesionales sanitarios, alertó al mundo sobre el coronavirus.

Mientras los corresponsales en el gigante asiático dibujaban un horizonte realmente amenazador intentando exponer qué sucedía en ese país, la bola de nieve que venía a aplastarnos se hacía cada vez más grande. La gente la observaba un tanto incrédula, en ocasiones sorprendida, pero nadie la vio descarrilar hacia Europa y, en el camino, hacia el resto del mundo.

En particular, en España nos parecía aquello como de otro mundo, aunque era este mismo. De hecho, escuchamos al Dr. Fernando Simón, el epidemiólogo que dirige el Centro de Emergencias Sanitarias, el hombre al que el presidente de Gobierno ha colocado en primera fila para apaciguar a la sociedad, asegurar que “la posibilidad de infección en España es muy baja”. Qué sonrojante debe de ser para este experto echar la vista atrás y leer ese y otros desafortunados comentarios similares.

Pudo haber sido de otro modo. Como dijo a El Confidencial Miguel Hernán, epidemiólogo español de la Universidad de Harvard, “hemos perdido un mes”. Y un mes, en una enfermedad que se propaga a la velocidad que lo hace esta, es todo un mundo. La diferencia, posiblemente, entre sufrir una curva de infecciones con una intensidad u otra muy distinta. La diferencia, tal vez, entre afrontar una crisis sanitaria más o menos manejable, como la de Corea del Sur, o casi inmanejable, como la de Italia. Un mes es mucho tiempo.

En defensa de Simón, hasta la Organización Mundial de la Salud lo hizo mal. Tardó mucho más de lo adecuado en decretar la pandemia, lo hizo el 11 de marzo, y ahora, solo unos días después, llama a una cuarentena mundial porque “es una amenaza sin precedentes”.

Y es que nadie vio venir la hecatombe, y eso que la teníamos encima. Mientras en Italia los casos crecían a un ritmo imparable, en nuestro país seguíamos yendo al fútbol, a conciertos, a mítines, a manifestaciones. Como si ese país estuviera en otro planeta. Hemos perdido mucho tiempo, y está resultando muy caro.

Rodaba hacia nosotros esta gran tragedia mundial, la vimos salir de Asia y arrasar países, pero no nos pareció relevante. Nadie hizo caso. Nadie hizo nada.