"Si escribes sinceramente sobre la búsqueda de la felicidad de alguien, la gente no podrá dejar de leer". Un profesor de Literatura me decía que jamás empezara una columna con una cita. Pero, después, como en casi todo lo que tiene que ver con el folio en blanco, abría el abanico a la excepción: "De repente, te darás de bruces con una que te obligará a hacerlo".

Ésta me la encontré en una entrevista de Jot Down a J. R. Moehringer, el escritor norteamericano que se hizo bestseller en España gracias a Open, el truculento devenir de Andre Agassi. El libro se abría paso con la fuerza de una verdad desgarradora: aquel tipo de revés casi infalible que se hizo rico jugando al tenis... no fue feliz jugando al tenis. Lo intentó, pero no lo consiguió.

Pensaba dónde quería enviar la pelota, la golpeaba... y la pelota allí caía. Se convirtió en el mejor del mundo. La prensa le quería. Las lesiones le respetaban. Pero todo era tiniebla. Agassi pretendía dejar el éxito, pero no encontraba el modo. Esa "búsqueda de la felicidad" es tan cristalina en el libro de Moehringer que ha enganchado incluso a quienes desconocen las reglas del tenis.

Algo parecido sucede con René, la última canción de Residente, vocalista de Calle 13, poseedor de una treintena de Grammys. El puertorriqueño, archiconocido por su música de manubrio -pegajosa y de discoteca oscura-, se ha destapado mediante una confesión similar a la de Agassi.

Un poema recitado con voz quebrada, aderezado con algo de música: unos cuantos acordes de piano. Y en primer plano la voz de un hombre que se dice prisionero de su éxito, esclavo de sus conciertos, víctima de sus aciertos. "Aunque en la calle me reconocen, ya ni mis amigos me conocen (...) Ya no queda casi nadie aquí. A veces ya no quiero estar aquí. Me siento solo aquí".

Una letra sencilla, alejada de la solemnidad, casi periodística, pero con una clave que la ha encumbrado en las listas de éxitos: la "búsqueda de la felicidad" relatada en toda su crudeza. Es la única fórmula que resiste a la dictadura del click, a la basura amarillista y a la putrefacción de los testimonios.

A la literatura -y a casi cualquier disciplina relacionada con el entretenimiento- "hay que entrar como a la mar, a pecho descubierto". Lo dice Juan Farias. Lo escribe Moehringer. Lo sellaron los clásicos.

¡Joder, qué fácil! No, no lo es. Ni siquiera basta con el talento sintáctico, el firme criterio cinematográfico o el instinto del poeta. Se trata de encontrar la verdad. Una verdad que anida en alguna parte de nuestro interior, pero que casi nunca se muestra con nitidez.

A veces nos morimos sin ella. A veces morimos... y la vemos justo antes de marchar. No es compleja, por eso fluye. No es compleja, se aparece como un olor de infancia, un beso del pasado, la caricia de una madre... o como una canción de la niñez, igual que el estribillo de René: "Cabeza, rodillas, muslos y caderas... Cabeza, rodillas, muslos y caderas".