El origen del desembarco en 2015 de Alfonso Alonso en el País Vasco fue el enfrentamiento entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal. Ambas estaban muy ocupadas en competir, en designar y controlar presidencias regionales como paso previo al Congreso del PP de sucesión de Mariano Rajoy.

Con el apoyo del presidente del gobierno, Soraya colocó a dos amigos políticos: Alfonso Alonso, en el País Vasco y Moreno Bonilla en Andalucía. Soraya contaba con el favor, un tanto disimulado, de Rajoy en estas dos operaciones y, además, la vicepresidenta se alió con Javier Arenas para poner un propio en Andalucía.

La operación funcionó, pero fue insuficiente. El Congreso del PP desveló más un rechazo, una ansiedad de despido de Rajoy-Soraya que una victoria alternativa. Casado ganó un congreso frente a la candidata todopoderosa, (“Soy Soraya, la del PP”) que contaba con el apoyo del anterior presidente. Los compromisarios del PP votaron renovación, posibilidad de reformas internas y de una nueva propuesta política.

Designar un presidente regional desde Madrid no es una práctica exclusiva del PP. Es un sistema generalizado dado el modelo de partidos políticos que padecemos desde 1977. A diferencia de Alonso, con un decreciente resultado electoral, Moreno Bonilla que también apoyó a quien debía el puesto de presidente del PP andaluz, se salvó por una carambola. Con un mal resultado en las elecciones andaluzas, con menos votos y diputados, Moreno Bonilla al final se alzó con la presidencia de la Junta de Andalucía, gracias a Cs y Vox.

En la decadencia de votos del PP en las provincias vascas hay un problema político de oferta diferenciada del PNV. Los vascos españoles, afiliados y votantes, del PSOE y del PP, con la impagable profesionalidad y heroísmo de las fuerzas policiales, ganamos la partida a los totalitarios pistoleros de la ETA.

Pasada esa dolorosa etapa de cuarenta años, sufrida por el conjunto de España, se impone un nuevo discurso político. Un nuevo discurso que no puede ensimismarse, en el País Vasco, en el recuerdo del luctuoso periodo de los asesinatos por la espalda cometidos por los cobardes etarras.

Baste recordar que Churchill, vencedor de la II Guerra Mundial, perdió las elecciones de 1945: los ingleses no quisieron reelegir a quien les recordaban los horribles años de la guerra.

Sugiero que los partidos no independentistas harían bien en proponer otra forma de gestión de la autonomía que no tiene porqué ser tributaria de la reclamación de “competencias” peneuvistas. Esa reclamación nacionalista tiene por objetivo (casi conseguido) hacer desaparecer cualquier atisbo de España en la Comunidad Autónoma vasca.

Los fueros vascos nunca tuvieron ni pretendieron ese cúmulo de atribuciones políticas ni tampoco una soberanía previa u originaria. El Señorío de Vizcaya y las provincias vascas no las solicitaron ni en la Edad Media ni durante el Imperio español en nuestra relación de leal y cooperativo vasallaje a la Corona de Castilla, primero, y del vínculo de unión de los Fueros vascos con la España constitucional en la ley de 1839 y con el Concierto Económico de 1878.

Reclamar la tradición foral provincial es un camino alternativo, constitucional, leal a España y a la Corona y opuesto al constructivismo estatal de una nueva e inventada comunidad política vasca (o lo que es peor, vasco-navarra).

No fue casualidad que la ETA asesinara al presidente de la Diputación de Guipúzcoa, Juan María de Araluce, en 1976 y a Javier Ybarra en 1977, pues ambos reclamaron para Guipúzcoa y Vizcaya, respectivamente, la reposición del Concierto Económico, concedido por Cánovas del Castillo en 1878 y suspendido en 1937.

Está pendiente que Cs y Vox terminen de comprender y apostar por el Concierto si quieren ser actores políticos relevantes en el País Vasco. Cs. PP, Vox e incluso el PSE-PSOE (no abducido todavía por completo por los separatistas) componen una amplia base social ilustrada muy alejada del colectivismo racista sabiniano.

Es preciso un análisis de cómo se ha llegado hasta donde nos encontramos y compartir un discurso de autogobierno más vinculado a la historia de cada una de las provincias (que los nacionalistas llaman “territorios” como si fuéramos siux o apaches). Pero sobre todo, un discurso del siglo XXI, con el afecto de la patria chica compatible con la patria grande, de una sociedad abierta, competitiva, moderna y alejada de las tensiones que el separatismo (y su paso previo, un nacionalismo asfixiante) provoca dentro de la sociedad vasca y en sus relaciones con Navarra y el resto de España.

La crisis de liderazgo del PP vasco es un episodio menor comparado con el problema político de fondo: el seguidismo de todas las fuerzas políticas al PNV y ausencia de una propuesta alternativa. Al final, dado nuestro sistema de partidos fuertemente centralizados y como en tantas ocasiones de relevos “desde arriba” (producto de los nombramientos desde las cúpulas o minaretes), Alonso podría consolarse con la frase bíblica del patriarca de la paciencia, el santo Job: “Dios me lo dio; Dios me lo quitó”.