No es la cueva, no. No es el niño naciendo en un pesebre. No es la estrella. Esta Navidad de España es la de Herodes, el tipo mediocre, envidioso, mendaz y cruel, que manda matar a niños inocentes para acabar con ese uno que puede quitarle el trono. Por vanidad, por ambición, por egoísmo, porque sí.

Nada bueno, nada limpio, nada luminoso. La verdad como víctima en este sainete absurdo en el que los malos ganan, y ganan, y vuelven a ganar, porque a sus pecados los cubre la nieve de la desinformación y la corrupción informativa.

Y nosotros mientras viendo como las luces del árbol se encienden y se apagan, ahora las blancas, luego las rojas, después las moradas, y otra vez, y otra, sabiendo que la letanía es siempre la misma y que sólo apagando el interruptor dejarán de brillar. Pero las ristras de luces las colocamos nosotros y por ahora sólo nos queda mirar.

Me estoy yendo por las ramas, así que al lío: lo que está pasando en España da bastante asco, así, sin paliativos.

Escribo mientras la atención informativa está colgada en qué tipo de happening nos prepara un grupo violento, aparentemente espontáneo y sin cabeza visible, al que se le permite llenar Barcelona de marquesinas con sus mensajes, y que sólo este bucle de realidad paralela explica que no se llame por su nombre a quien mueve sus hilos.

Si perder el tiempo dándole vueltas a un partido de fútbol ya me parece un atraso, hacerlo esperando a ver si los del Tsunami Democràtic (¿?) tirarán pelotas hinchables al campo, harán una butifarrada en las gradas o un yayo flashmob en los alrededores del Camp Nou, me la trae al pairo y, sinceramente, creo que a todos nos debería dar igual.

Sí porque, mientras pegamos la nariz al escaparate del Clásico (¿qué tendrá de clásico un partido de fútbol?) nos perdemos lo importante. Y sin haber comido aún un solo polvorón andamos ya como cerdos en la matanza: hartos, torpes, confundidos y asustados.

¿Qué se nos escapa? Que se consuma la ignominia. Que Sánchez, Herodes rey está dispuesto a entregar lo que sea –España como Nación, la confianza en la Justicia, la igualdad de todos los españoles, el dinero de todos– al mejor postor. Y que lo niega. Y que en sus fotos caben los rostros hoscos de los que hurtan la dignidad –lo único que les queda– a las víctimas del terrorismo. Y también lo niega. Y se juega nuestra hacienda como si fuese suya para dársela al que se la gasta en cebar la pistola con la que suicidarnos, mientras se la quita a quien la merece.

Y entre copo y copo de nieve, que no se nos olvide que todos y cada uno de los que se sientan a la mesa, son partidos corruptos, empezando por el PSOE anfitrión y siguiendo por Podemos, el acólito mayor y no digamos la cuota separatista –mártires unos, vírgenes se decían los otros–.Hasta el de Teruel Existe ha llegado con los deberes hechos.

Sánchez convierte la Moncloa en un call center autonómico y entretiene el tiempo mientras Europa –no vayamos a pensar que somos europeos– resuelve la inmunidad de Junqueras y la carambola de Puigdemont, y sobre todo, mientras el alma dividida de la Cataluña montaraz se decide entre los que nunca fueron nada y los que lo fueron todo, para ver si se pare un apoyo a la investidura.

Hace tiempo que no era tan monótona la zambomba, ni tan estridentes las campanas (sobre ellas mismas). Lo que vemos nos aburre tanto como nos preocupa, así que, déjenme ser un poco frívola y pedir una tregua en Navidad.