No sabría decir cuántas amigas me han hablado del famoso Satisfyer en las últimas semanas, ese juguete sexual que, mediante ondas electromagnéticas aplicadas en el clítoris, te lleva al placer supremo en tiempo récord. Curioso, sobre todo, porque no es tan común que andemos charloteando sobre cacharros sexuales hora sí, hora también. O quizás no lo hacíamos porque no había aparecido ninguna novedad tan revolucionaria como esta. Tan fabuloso es el asunto que, en muchas tiendas, gracias al boca oreja, lo han agotado en tiempo récord. Normal: el paraíso del placer por menos de cuarenta euros.

Está claro que algo muy glorioso tiene que conseguir el juguete rosa para que sea objeto de confesiones, celebraciones e, incluso, críticas. El hashtag #Satisfyer se multiplica por doquier. Esto es una maravilla y todas tienen que saberlo.

Sabes que has triunfado cuando surgen los detractores. A bote pronto, parece un tanto ridículo que alguien le pueda encontrar una pega a un aparato que, según los testimonios, te lleva al orgasmo en menos de dos minutos y te provoca un placer desconocido hasta el momento. Todo felicidad, todo estupendo. O no, para según quién.

Porque ahí aparecen, por un lado, aquellos que disparan al plato porque sí. Les gusta buscar los tres pies al gato y esto del Satisfyer es un invento del patriarcado para que, en dos minutos, tengamos el orgasmo liquidado y sigamos trabajando. Qué visión tan sórdida, nos imagino a todas operarias ante una cadena de producción y escapando al baño entre turno y turno.

Pero vamos a ver, en serio.

Al Patriarcado, así, con mayúscula, nuestro orgasmo le importa un pimiento. Es más, ha conseguido que a muchas les importe un pimiento su propio orgasmo, no te digo más. Lo segundo: el Patriarcado observa el falo como el estandarte de la sexualidad y el cacharro de moda prescinde del obelisco. Se centra en lo que en realidad importa: el clítoris y su bonanza. Y, por último, ¿en serio? Ponerle pegas a algo que, como su propio nombre indica, te satisface (y a qué nivel), es poco menos que estúpido. O bastante más. El hecho de que, en dos minutos, te quedes tan a gusto, no impide que, si te apetece, te pases el día agarrada a él. Dos minutos o dos horas. Tú eliges.

Quizás alguno se vea amenazado por este adalid de la modernidad sexual femenina. A ver si ahora mi parienta se va a dar cuenta de que soy un desastre total en la cama. Si te lo planteas, quizás sea cierto y aún estés a tiempo de ponerle solución. Tú mismo. El resto, los hombres normales, o sea, feministas y seguros de su sexualidad, estarán encantados con que las mujeres disfruten a lo grande, con y sin ellos. De hecho, muchos se lo regalan a sus parejas. Qué bien.

Luego tenemos a quienes lo defienden como símbolo del feminismo. Está claro que algo se nos está yendo de las manos cuando consideramos que nuestro empoderamiento depende de un motorcito. El plato de unos es la bandera de otros. Yo me agarro a esto mismo y santas pascuas. Ay, ojalá fuera tan fácil, pero va a ser que no. Gente, que el feminismo consiste en otra cosa y que hay que rizar mucho el rizo para suponer que los mega orgasmos nos acercan a la igualdad salarial o de oportunidades. Tampoco creo que eviten que los desgraciados sigan arreando hostias. Ojalá.

No es ningún logro feminista. Sí lo es la capacidad de decidir cómo, cuándo y con (o sin) quién vivo mi sexualidad. No es que necesitemos el Satisfyer por encima de todas las cosas, es que lo queremos, que es muy diferente.