El viernes de la semana pasada nos despedimos del mundo exterior con el precio del petróleo Brent en 60,15 dólares por barril y con Trump cesando a su asesor-halcón más agresivo frente a Irán. Internamente todo ha estado centrado después en las inundaciones provocadas por la gota fría Dana y por las dudas sobre si habría que ir en España de nuevo a elecciones generales.

Pero, de pronto, todo se ha vuelto mirar hacia Yemen y Arabia Saudí, a su "jardín de frutos amargos".

El ataque de los rebeldes houthíes a las instalaciones de procesamiento de petróleo y gas natural de Abqaiq en Arabia Saudí llevará seguramente en los próximos días y semanas el precio de ambos muy por encima de su nivel de cierre del viernes. Siguiendo patrones históricos de comportamiento, lo normal sería esperar que el barril de petróleo Brent se vaya hasta los 68 dólares, en el caso de una reacción moderada, y hasta los 160 dólares si todo degenerara en un conflicto bélico abierto, con la implicación de EEUU. Si esto fuera así, el impacto negativo de la subida del precio del petróleo en una economía mundial que ya se está desacelerando sería muy negativo.

La experiencia del pasado indica que las recesiones de 1973-1974; 1980-1982 y 1990, que se iniciaron en EEUU y se contagiaron posteriormente al resto de los países industrializados, lleva a la conclusión de que esto puede repetirse una vez más. Con la subida del precio del petróleo como elemento común.

Hubo una ocasión en que el precio del petróleo tuvo una subida más espectacular que en ninguna de las demás y fue entre 1999 y 2008, fechas entre las que el barril de petróleo Brent pasó de 10 a 147 dólares; es decir se multiplicó casi por quince. En ese período, aunque hubo dos recesiones, ninguna de ellas fue provocada ni, aparentemente, profundizada por esa subida espectacular de los precios del crudo. La irrupción de China en el mercado mundial y la actividad económica global a ella ligada provocó una fuerte demanda de petróleo que hizo subir los precios.

Es fácil recordar que las dos recesiones habidas en EEUU entre 1999 y 2008 tuvieron un origen muy diferente al de las otras cuatro recesiones anteriores previas: la recesión de 2001-2002 estuvo ligada al pinchazo de la burbuja tecnológica y la de 2008-2009 a la quiebra de la banca norteamericana. La primera no terminó en recesión en España, sino solo en una caída del ritmo de crecimiento.

En todos los casos, relacionados o no con la subida del precio del petróleo, la caída de los beneficios empresariales venía anunciando desde antes que se iba a producir una contracción económica, pues esa y no otra es la clave de que haya recesiones de manera recurrente y más o menos cíclica.

¿Y como nos pilla esta vez la subida de los precios del Brent que lo probable es que experimenten una fuerte subida? Pues en una situación que no es muy boyante. Refinitiv (antigua División Financiera de Thomson Reuters) calcula que los beneficios de las empresas del índice de Bolsa europea Stoxx 600 en el primer trimestre de 2019 fueron un 2% más bajos que los del primer trimestre de 2018, y estima que los del segundo trimestre habrán sido también un 2,6% menores que los de idéntico trimestre del año pasado. Es decir, Europa ha entrado ya en una recesión de los beneficios (con dos trimestres seguidos de caída anual) lo que suele ser el heraldo de una recesión económica.

En EEUU la situación de los beneficios empresariales no es tan delicada, aunque, también, están en tendencia decreciente: Refinitiv estima que los beneficios de las empresas del índice de Bolsa S&P 500 fueron, respectivamente, en el cuarto trimestre de 2018 y en el primero y segundo de 2019, del 16,9%, 1,2% y 3,2%, cuando se les compara con idénticos trimestres del año anterior. Es decir, descendentes, pero con lo que parece una pequeña recuperación en el trimestre pasado. El problema es que para el trimestre actual los beneficios comparados con los del tercer trimestre de 2018 serán bastante peores: - 2,2%.

Nos encontrábamos, pues, hasta este fin de semana en una situación crítica de desaceleración de la economía mundial, en la que los resultados empresariales empeoraban paulatinamente y en la que todo amenazaba con terminar en una recesión que lo normal es que no fuera demasiado profunda, caso de que hubiera llegado finalmente a producirse. Ahora, con los nuevos elementos de juicio que incorporan la posibilidad de un precio del petróleo mucho más alto, la probabilidad de que haya una recesión, y más profunda, ha subido considerablemente.

Si por causa del ataque a la refinería de Abqaiq hubiera un conflicto bélico en Oriente Medio todo empezaría a recordar, como poco, el año 1990, como antecedente más cercano en el tiempo, y sería probable que el precio del barril de Brent llegara a los 160 dólares. Aunque la ausencia de un gobierno con mayoría efectiva no ha impedido a la economía española crecer con fuerza entre 2015 y la actualidad (nada menos que cuatro años así) esta nueva situación solo se podría gobernar bien con un gobierno de concentración, fuera en “coalición” fuera en “cooperación”. Un gobierno sustentado por mayorías que no fueran raspadas, dada la situación de emergencia económica que se plantearía. Aunque, para negociar ese gobierno de amplio espectro parece que no hay tiempo ya.

El jardín de frutos amargos de que hablaba el Corán se refería a los destrozos provocados por la rotura de la presa de Marib en Yemen, que retenía las aguas del uadi (torrente) Dhana. Está por ver en qué jardín de frutos amargos se transforman los acontecimientos del fin de semana.