Qué fue de aquel serio juez Marlaska. Dónde quedó aquel probo funcionario, eficaz, apuesto, que combatía a ETA y a veces se dejaba pasear por el papel cuché cuando este país, por fin, se sacudió los complejos del Arny y empezó a normalizar la homosexualidad como pedían los tiempos, la lógica y las revistas de tendencia que anunciaban relojes. Y es que España hace sus hombres y Sánchez los deshace. 

Marlaska es el ejemplo de que ser un ejemplar servidor de Estado puede derivar en mamporrero del lobby. Después de los informes falaces, distópicos, valorativos y de chusqueros, Marlaska aún no ha dimitido y el tiempo corre. Es más, Marlaska se nos ha puesto digno y gallo. Es más, le ha crecido una cana más de orgullo, de altanería, que viene a ejemplificar cómo puede joderse el Perú y una carrera como la suya.

La suavidad que tuvo Marlaska con Lola Delgado cuando sacó su condición sexual en las sobremesas de Villarejo, ha tornado ahora a sectarismo; como si ante la propia Lola y el peor PSOE tuviera Marlaska que sacar una testiculina que nadie le pidió. Un sectarismo inopinado que ha alejado las tormentas de la investidura, que ha demostrado que el papel timbrado puede deformar la realidad y que las cañerías del Estado y sus miasmas funcionan dependiendo del viento que sople. Y hacia donde sople. Y de quien sople la mierda.

El orgullo de Marlaska -con minúscula- es el descrédito ya para siempre y para su marca. Y yo que lo siento. 

Marlaska no sólo justificó a los que me abrasaron la frente (sic) de un golpazo, sino a unos borrokos con abanicos que nos apuntaron con sus esfínteres -y se justificaron para Brais Cedeira- con esos mismos abanicos que pedían la vuelta de Carmena en un carnaval grotesco en pleno julio. El moratón de la frente me ha desaparecido, pero el desdoro de Interior sigue ahí: en comisarías más oscuras que mi reputación, con pistolos mal pagados hebrillando informes falsos, adobados por la prensa amiga y todo lo demás.

Nadie dude que Marlaska será el próximo en caer, que Sánchez y Redondo van viendo que la polémica ya no renta lo que dicen que rentaba y conviene ir deshaciéndose de los pesos muertos y sobreexpuestos.

Marlaska y su falsedad quedarán ahí, con sus puñetas y sus mentiras zurcidas en favor de un activismo a destiempo. Entretanto pasará la Historia, llegarán más Orgullos que se politizarán o no. Y Marlaska y los altercados desmentidos quedarán como una cicatriz en mi frente de intrépido reportero.