"Miki Nadal, condenado por vejaciones leves a su mujer Carola Escámez". Esa ha sido la noticia más leída ayer en uno de los medios de comunicación más influyentes del país. No sé quiénes son ninguno de los dos y, con todos mis respetos hacia ambos, la verdad es que no es algo que me importe. ¿Tendré yo el problema?

Edgar Allan Poe se obsesionaba, especialmente después de la muerte de su esposa, con la cuestión de por qué el cielo era negro por la noche si el universo es infinito. Las ausencias, y las ausencias de las respuestas a sus interrogantes también, condujeron al escritor de Boston a un lugar que se hallaba demasiado cerca de la locura, un paso más allá de la genialidad. Probablemente, Poe tampoco invertiría un segundo en averiguar qué pasó entre Nadal y Escámez.

Pero, a juzgar por lo que publica este diario sobre su propio tráfico del día, hay numerosísimas personas interesadas al respecto de qué fue lo que sucedió en la relación, sea la que sea, entre estas dos personas. 

Hay quien dice, como el filósofo londinense Kramer Anthony Appiah, que los intelectuales pueden constituir "un estorbo para hallar soluciones" y que lo que importa, realmente, es "vivir bien, no tener la tener la teoría correcta sobre cómo hacerlo". Quizá sean ellos, los que se preguntan demasiado sobre la condición humana y en ocasiones escriben sobre ella, quienes elevan la dificultad en un mundo en el que se lee más la intrascendencia que lo importante. 

Pero el propio argumento resulta improbable: los intelectuales nunca constituyeron un inconveniente sino más bien lo contrario. Tal vez resulte mucho más cómodo, simplemente, no hacerse preguntas, en especial si estas son delicadas, o consagrarse a navegar indefinidamente sobre la trivialidad. Quizá la ignorancia sobre los asuntos más comprometidos aporte una destreza adicional para lograr lo que todo el mundo pretende: vivir mejor. 

Otro de los diarios más importantes informa de que más de 70 millones de personas, el doble que hace dos décadas, continúan hoy desplazados de manera forzosa de su hogar. Así lo recoge Paola Bruni en El Confidencial, utilizando datos de ACNUR. Pero esta información, tan perturbadora y necesaria, sin embargo no parece atraer la atención lo suficiente. Y desde luego, importa a muchos menos lectores que los que se sienten atraídos por la condena a Miki Nadal.

Cada vez más, los lectores de los medios de comunicación demandan información ligera, como si los periódicos fueran otra de las series insustanciales que siguen en cualquiera de sus múltiples pantallas. O piden –y se les ofrece– información decididamente macabra, como la tercera en el ranking de ayer del mismo medio: "una pareja de lesbianas mata a su hijo y le amputa el pene porque querían que fuera una niña".

Poe murió a los 40 años sin haber logrado uno de sus sueños, editar The Stylus, su propio periódico. Resulta improbable que en él hubiera permitido un espacio para publicar las majaderías de la época.