En uno de esos paseos que dan los políticos atravesando multitudes, Begoña Villacís se encontró con una turba de guardia en la pradera, donde se había trasladado Malasaña, la sede madrileña de Instagram. El ambiente debía ser maravilloso, entre rivales de otras candidaturas, activistas maleducados, compañeros de partido y cuarentones modernos sin descendencia, rumiando su soledad bajo el techo de las aglomeraciones. Y en medio, las familias y los jubilados.

Ser político es, exactamente, esa desgracia. Las hordas no descansan ni los festivos. Estaba el día en Madrid para cualquier cosa menos para ejercer el acoso, una actividad muy costosa porque requiere cierta preparación, la coreografía de la intimidación es cansada. Tiene mérito ser impertinente en esas horas calurosas, juntarse con unos cuantos para tratar de joder a alguien con el pretexto de hacer política. Una aventura lamentable en un día tan bueno, el contraste definitivo que da la medida exacta de lo que significa la palabra colectivo, en el modo socialdemócrata de pronunciarla. ¿Nadie tenía una idea mejor?

Curro Romero no entendía que hubiera detractores que se tomaran la molestia de ir al supermercado a comprar el papel higiénico que le iban a tirar si las cosas no salían bien en la plaza. Le fascinaba esa planificación, en la que se imaginaba un altar presidido por su retrato convertido en una diana. El íter criminis culminaba al pagar los rollos en la caja, seguía durante el momento de llegar a casa con el cargamento, responder a las preguntas de la mujer, esconderlo para alcanzar el tendido con las intenciones intactas, sentarse en la localidad y, finalmente, esperar algunos minutos. Si ocurría el petardo, el ruedo recordaba a la Bombonera en los días de derbi.

Cómo alguien que no me puede ni ver piensa tanto en mí, trataba Curro de identificar los impulsos que convierten el odio en la forma más fea del amor. Le sorprendían las ganas que le tenían fuera del círculo de sus partidarios, menos pasionales que aquellos locos que invertían su tiempo pensando en la mejor forma de meterse con él.

A Villacís la esperaban también ondeando las consignas. La vida se divide entre los que pretenden colocar su mensaje y los que la contemplan. El escrache dejó desnuda a la candidata de Ciudadanos, rodeada por la batucada de insultos y reproches, el pasillo de camisetas verdes, quedando expuesta ante la trágica realidad: existen energúmenos peligrosos capaces de ver en una embarazada sólo las siglas que detestan.