Cuando Donald Trump, cuando el playboy se nos vino de la torre neoyorkina a la Casa Blanca, uno vio la indignación zurda de las colinas de Hollywood. Era vigorizante comprobar que siempre hay un actor comprometido con las grandes causas; un Adonis del método que sabe que ponerse contra Trump siempre le abre un teatro en Europa -o lo que la progresía yanqui cree que es Europa: Londres-.

Después llegó el #metoo y demás historias, una moda de un Hollywood al que le faltó un Vietnam y un recolocarse ideológicamente -como pasa con Casado-. La corriente feminista en la guapa gente de América se frenó, porque venía siendo una moda a la que aportar un nombre y poco compromiso: una caza de brujos donde cayeron culpables e inocentes y que refleja con acidez la serie BoeJack Horseman.

Claro que USA no es España, y aquí sería impensable que pasara como en La Unión, donde a Woody Allen no le publican sus memorias después de que lo acusaran de abusos y después de que, a los efectos que nos interesan, Woody Allen esté en la calle y triste y azul, como el gato de Roberto Carlos.

Digo que aquí el caso de Woody Allen sería impensable porque lo que se conoce como la población masculina en edad de escribir -y procrear- no concibe ni puede concebir un libro de memorias.

El macho, y así lo quiere este clima social del 8-M exclusivito y excluyente, adobado a mayor gloria de Carmen Calvo y Begoña Gómez, es incompatible ya con la Literatura o el activismo: la testosterona ya no se quiere en los escaparates de la librería de mi barrio y el hombre no sirve ni de compañero de viaje.

Woody Allen no está en mi casa, ni yo soy Woody Allen. A él no le publican y a mí, tampoco; él toca el clarinete y yo, el botijo. Bien es verdad que tenemos traumas similares y quimeras convergentes.

Woody Allen tampoco está en España -salvo en la estatua de Oviedo-, que aquí con Paco León y los Javis y Bollaín ya tenemos talento para exportar. Tampoco tenemos a Joan Baez, pero nuestra cosa contestataria la llevan Ana Belén, Víctor Manuel, Ríos, el que vuelve de Granada. Y Joaquín Sabina, perejil de todas las salsas y ripioso mayor del reino. 

El asunto es que a Woody Allen no le publican sus memorias, y que el puritanismo cultureta de USA ha acabado por castrar a una figura fundamental de Occidente y por derribar a la tercera torre gemela. Es así.

Si estuviera en mi mano, yo le sacaría unas copias ciclostiladas de sus memorias a Woody, pero sin comprometerme demasiado, que sé que se ha impuesto el toque de queda y que conviene salir con el parche de estrógenos a la puñetera rue...

El Parnaso es hoy para los eunucos y para los pusilánimes. Porque suyo será el reino de los ciegos.