A sólo un punto de diferencia están los españoles que elegirían la monarquía frente a la república, de poder hacerlo. Este era el dato que publicaba este periódico hace una semana. 

No diré que sea algo preocupante porque obviamente, entre la gente que opta por la república, la hay tan sensata como los que prefieren la monarquía y a diferencia de otros momentos de nuestra historia reciente, creo que hay argumentos de razón y no de fe o de miedo a lo desconocido, para defender la monarquía, y eso siempre es bueno porque es menos volátil y da certezas.

Aducen quienes comentan este tipo de datos, que es el demérito del Rey, o más bien de algunos miembros de su familia, lo que explica que parezca que la república anda pisándole los talones a la monarquía. No diré que no sea cierto, pero no creo que sea sólo eso. 

Que hay una auténtica campaña para acabar con la monarquía, está claro para todo el que lo quiera ver. Al Rey se le presume garante y símbolo de la unidad de España y lo es en fondo y en la forma. Y no sólo porque figure así en la Constitución sino porque lo cierto es que nadie espera de Felipe VI frivolidades del tipo “nación de naciones”, “federaciones asimétricas” ni otras ocurrencias semejantes, vaya o no en su sueldo que no se le ocurran.

Lo obvio es que a todos aquellos que pretenden acabar con la unidad de España, los que quieren desgajar un trozo o los que la quieren débil, el Rey les sobra, y la monarquía también. Y se les está poniendo fácil. 

Dos son las cuestiones sobre las que los medios cercanos o directamente sumergidos en la izquierda -que son casi todos-  trabajan. En primer lugar, la ilegitimidad de la monarquía que para ellos no viene, como la realidad indica, de lo que figura en la Constitución -votada en referéndum- sino del dedo momificado de Franco. Por lo tanto, con ese pecado original, haga lo que haga Felipe VI va a ser inútil. La sombra del molesto huésped de Cuelgamuros es el estigma que justifica el jaque al Rey. Aunque sea un mito. 

Y si a eso se le añade una visión idílica de la II República, Arcadia feliz en la que todas las venturas, progresos y libertades fueron posibles hasta que llegó precisamente el señor del dedo y sumió el paraíso en la obscuridad, la ilegitimidad se refuerza a la par que la república se convierte en algo deseable, aunque pocos sepan muy bien en qué consisten sus bondades.   

Pero además, desde Cataluña, Valencia o Baleares, se hila la cuestión no ya sólo en los medios, sino sobre todo en los libros de texto de Historia de España, con la Guerra de Sucesión, y a base de llamar Borbón al Rey -que lo es, cierto- y “botifler” al que defiende la unidad de España, el pecado original, aunque se nos va al siglo XVIII, gana en malignidad -y de eso se trata-.      

La segunda cuestión requiere de menos sutilezas. ¿Para qué sirve un rey? Y ahí es  donde por momentos falla la estrategia, porque la gente está acostumbrada a alimentar con sus impuestos a tantas instituciones cuya utilidad desconoce o conociéndola, se la trae al pairo, o lo que es peor, su mera existencia ofende, que ¿por qué no cargar con otra, que da mucha más certidumbre, queda fenomenal en el extranjero y es más estética que las demás? 

Y ahí es cuando llegamos a la valoración de la Monarquía con respecto a otras instituciones y entendemos que, a pesar de que al chef Tezanos le apetecería dar cumplida respuesta a los requerimientos de Izquierda Unida o de Podemos para que vuelva a preguntar en el barómetro del CIS por la Monarquía, no lo haga. ¿Sentido de Estado? ¿Temor de un partido constitucionalista como es  el PSOE a dejar al Rey desnudo? No lo creo. 

En la encuesta publicada por este periódico hace unos días, la Monarquía es la institución mejor valorada, por detrás sólo de las Fuerzas de Seguridad del Estado y del Ejército. ¿Su nota? Un cinco y medio. ¿Poco? No si resulta que detrás de ella sólo aprueban los ayuntamientos. ¿Se imaginan quien ocupa el último lugar de catorce instituciones? Los partidos políticos. ¿La nota de los sindicatos? Dos y medio. ¿La del Gobierno? Sólo dos décimas más. Y con pocas diferencias, bastante lejos del aprobado, otras instituciones de las que nos cuestan bastante más dinero como los gobiernos autonómicos, la Justicia, el Senado o el Congreso. 

El Rey no está desnudo, valoramos mucho a aquellos de quienes depende nuestra seguridad pero, por desgracia, vemos a las instituciones básicas para el orden democrático -y hasta alguna dudosamente necesaria como los sindicatos- como si fuesen una plaga bíblica a soportar. Esto es lo que realmente nos debería preocupar.