El chófer de la coca, los cursos de formación, los tiesos de la presidenta, Javier Arenas que nunca tocó gloria. La tierra de María Santísima, la gente de Susana Díaz que aplaude porque cree que sin el PSOE llega el caos. El peronismo institucionalizado con lunares, y los médicos y los profesores en pie de guerra. El maná europeo que se repartió de aquella manera. Pablo Casado poniéndole una vela a la Macarena y otra a Aznar. Andalucía, en todo caso, que vota casi por decreto y con poca ilusión.

Y que nadie olvide que las competencias autonómicas, por el Sur, tienen esa melancolía de domingo por la tarde; esa tristeza de farmacia cerrada. 

Se vuelcan los partidos nacionales en la campaña andaluza, acaso porque la convocatoria de unas generales es un imposible metafísico del que Sánchez no quiere oír ni hablar. El Sur vota contra la hegemonía y saben los jefes de gabinete que es una quimera bajar al PSOE de su principal granero.

Se ve a Arrimadas en el entorno urbano, convenciendo, y se ve al socialismo alimentando la tripa rural, que es de donde vive. Porque la gente de Susana no son abogados de Málaga en las zonas altas, donde la ciudad parece una Niza con más luz. La gente de Susana es la que se arremolina en un polideportivo olivarero para jalear un sistema endogámico al que se perdonan los padres -Griñán, Chaves-.

El voto cautivo en Andalucía vota a lo inevitable, tal vez porque cada andaluz tiene una media de dos cuñados a mesa puesta de la Junta, y quizá no interesa agitar el árbol.

Cualquier tópico electoral -o no electoral- sobre Andalucía es de una realidad trágica. Ahí queda Susana ofendidita cuando le dicen que los niños que estudian en su virreino no son unas lumbreras, y es entonces cuando vende su indignación y se abandera como reinona de un pueblo y caudilla de su cortijada.

Las elecciones andaluzas fueron exageradas en la hipérbole demoscópica de Tezanos, pero nada desmiente la poca chicha de Juanma Moreno, un señor de infinita abulia capaz de contagiar apatía a Pablo Casado, que ya es decir. En Andalucía es un poco imposible encontrar eso que llaman el voto de castigo.

El 2 de diciembre habrá que estar atentos a la participación. Cuando en la plaza blanca y encalada llegue el frío de diciembre y quiten los carteles de Díaz, de Juanma, de Teresa o de Marín, Andalucía volverá a palpar la tragedia de lo inevitable. Y así que pasen otros cuarenta años: sin novedad en el Cortijo.