“Habéis venido a provocar”. Qué harta estoy de eso. No lleves esa bandera, no te manifiestes, no denuncies, no opines, no te signifiques. No si estás en el lado incorrecto, que suele ser el legal y generalmente el justo. Aburrida de superioridades morales basadas en no sé qué lectura de la Historia. Hastiada del matonismo blanqueado por quién sabe qué razón suprema. Sí, muy, muy harta de los enfermos de odio que te agreden y aún esperan que no pierdas las virtudes seráficas de la paciencia y el perdón. Y que no se te ocurra defenderte porque el derecho a la violencia sólo discurre en una dirección… y no es la tuya.

En Baleares llevamos mucho tiempo provocando pocos y callando muchos. Y progresivamente el límite de la provocación ha sido cada vez más estrecho y la audacia de los provocados cada vez mayor. Hasta que se han sentido total y clamorosamente impunes. Y en ese momento sólo queda darles la razón. O provocar.

Si tu abandonas tu espacio en la plaza pública, no quedará vacío porque alguien lo ocupará y llegará un día en el que ese alguien te diga que tú no tienes derecho a poner un pie en ella y que la plaza es suya y si en algún momento se te ocurre hacerlo, si te planteas siquiera poner en duda ese statu quo, te merecerás lo que te pase porque has ido a provocar. Y aunque no te maten como en el País Vasco, hay otras formas de hacerte la vida imposible, así que lo normal es bajar la cabeza, hasta que te hartas, y si antes eras fascista por disentir, ahora lo eres con más razón.

En Baleares el español está prácticamente desterrado de la Administración y de la escuela. Esa es la primera anormalidad, pero no la única.  Si les digo que el mallorquín, el menorquín, el ibicenco o el formenterés son modalidades lingüísticas a proteger, les parecerá tan ridículo y disgregador como defender la cooficialidad del bable o la fabla aragonesa. Si afirmo que eso es lo que dice la Constitución, el Estatuto de Autonomía de las Islas Baleares y la Ley de Protección del Patrimonio Cultural Inmaterial, probablemente lo sigan pensando. Si les cuento que el principal argumento que ha justificado y justifica el ahistórico e imaginario constructo llamado  Países Catalanes es una lengua común –el catalán- para distintos territorios de España y el sur de Francia, quizás empiecen a entenderlo. Pero si les comento algo tan sorprendente como que te llaman fascista o ultra por defender el uso de esas modalidades lingüísticas ancestrales en Baleares, en contraposición al catalán de Barcelona, impuesto desde la Administración y desde la escuela, es probable que vayan entendiendo lo que hay tras una cuestión aparentemente sólo filológica y sin importancia. Nada más y nada menos que la justificación de la existencia de una nación que en el territorio español abarca, no sólo el territorio de Cataluña sino también los de la Comunidad Valenciana y Baleares.  Porque como no ignoran, no hay nacionalismo sin anschluss. Eso lo saben también los navarros.

Así que de la unidad de la lengua (catalana) como dogma, pasamos a la aculturación y más tarde a la imposición del relato en la escuela, siempre con la excusa de la lengua común, y sin permitir ni una duda ni un paso atrás. Pero en cuanto en Cataluña el proceso separatista se ha puesto en marcha, nuestros nacionalistas locales (me refiero también al PSOE) han dejado de ver la necesidad de ocultar sus intenciones para pasarse a llamar indisimuladamente catalanes de Mallorca, de Menorca, de Ibiza o de Formentera y hacer suyas las reivindicaciones de la metrópolis de la que siempre se han sentido parte.          

El pasado 26 de octubre, los miembros de una fundación –la Jaume III- colocamos, como cada año, un ramo de flores en el monumento que conmemora la muerte del último rey privativo de Mallorca a manos de las tropas del rey de Aragón. Dos días después el ramo estaba tirado en el suelo y en su lugar, el monolito lucía lazos amarillos. Una vez más el relato se ha impuesto. Nos toca, de nuevo, provocar.