Epi y Blas se han convertido en el nuevo test de Rorschach de los sectores más conspiracionistas del colectivo LGBT. Allí donde la mayoría de los seres humanos vemos dos muñecos de trapo sin atributos sexuales, ideológicos o raciales, la Santa Inquisición del Arcoíris ve a dos militantes de la causa obligados a ocultar sus gustos sexuales por la presión del heteropatriarcado. Y eso porque uno de los guionistas de Barrio Sésamo, Mark Saltzman, ha dicho en una entrevista con la revista Queerty que él "siempre sintió que eran gays". "No tenía otra manera de contextualizarlos", ha añadido. 

Que un guionista no tenga otra manera de "contextualizar" a dos marionetas diseñadas para un público infantil que imaginárselas follando entre ellas dice mucho de su imaginación. Todo ello malo. ¿No le bastaba con "contextualizarlas" como amigos? ¿No tiene amigos de los que extraer contexto, el señor Mark Saltzman?

Dice mucho también de la obsesión genital con la que se conducen determinadas personas por la vida a edades en las que uno ya debería haber superado con nota determinadas fases narcisistas adolescentes. ¿Estoy siendo homófobo, o machista, o fascista, o heteropatriarcal, si digo que Epi y Blas son tan gays como blancos, o negros, o neoliberales, o socios del Real Madrid, o fetichistas del pie izquierdo, o partidarios de la independencia de Cataluña?

De hecho, las hipotéticas simpatías independentistas de Blas tienen mayor base factual que su presunta homosexualidad. Porque… ¿de dónde, si no, sale ese sospechoso color amarillo? De hecho, tiremos del hilo del color de la piel de Epi y Blas. ¿Es Epi, entonces, militante de Ciudadanos? ¿Que Epi sea admirador de Albert Rivera y Blas de Oriol Junqueras es el verdadero motivo de que ambos duerman en camas separadas? ¿Son Epi y Blas una metáfora de los matrimonios mixtos entre constitucionalistas y nacionalistas como el de Inés Arrimadas y Xavier Cima? ¿Simboliza el pato de goma de Epi la España democrática? 

Da igual que Frank Oz, el verdadero creador de los personajes junto a Jim Henson, haya afirmado que Epi y Blas no son pareja, sino amigos. Algo, por otro lado, obvio para cualquier mirada limpia. "No importa la realidad, importan nuestras percepciones", ha respondido una parte del colectivo LGBT. Hay que andarse con ojo con las percepciones, señores. También El Prenda y sus amigos tenían "percepciones" acerca de los deseos de las mujeres con las que se cruzaban por la calle y cuando esas "percepciones" acabaron chocando con la realidad ellos empezaron a "percibir" la vida a través de unos barrotes de hierro. 

Según la "percepción" de ese sector fanático del colectivo LGBT, también Tintín y el capitán Haddock son homosexuales (además de pareja). "Lo demuestra el hecho de que Tintín no tiene novia", dicen. En realidad, Tintín tampoco tiene novio porque la decisión consciente de su creador, Hergé, fue eliminar el factor "sexo" de las aventuras de su personaje. Pero, ¿qué más da? El que sí tiene novias, y a cholón, es Batman. Pero a ese también se le atribuye una relación (pederasta, para que no le falte de nada) con Robin.

Yo se lo explico: si es un personaje neutro y sin atributos sexuales, es gay; si los tiene, y son radicalmente heterosexuales, es un gay por desarmarizar; si el personaje es gay, es gay. La banca gay siempre gana.

En realidad, lo de Epi y Blas es lo de menos. Lo relevante es la incapacidad que han demostrado los activistas de las políticas de la identidad para crear sus propios iconos culturales. Esa alarmante falta de talento para crear una cultura popular masiva, atractiva y exitosa similar a la supuestamente diseñada por el heteropatriarcado es una de la pruebas más claras del sectarismo de un movimiento refractario a los sentimientos y valores éticos y morales universales. Incapaz, en definitiva, de apelar a nadie más allá de esa burbuja de "percepciones" en la que parecen vivir muchos de sus líderes.

Y de ahí la necesidad de apoderarse de los iconos ajenos al movimiento. Aunque sea a costa de sexualizar dos marionetas infantiles