Aún no han pasado tres meses desde que Sánchez llegó al poder y cualquiera diría que ha transcurrido un cuarto de siglo. Con Rajoy, uno parecía vivir instalado en el día de la marmota. Nunca pasaba nada. No había prisa. Tampoco existía asunto, por grave que fuera, que no pudiera aguardar al año siguiente. Con su sucesor, en cambio, cada día es una fiesta.

Sánchez ha metido al país en un tiovivo y ha roto la palanca, de tal forma que la atracción gira cada vez más deprisa, casi de forma diabólica, mientras van saliendo despedidos sus ocupantes a cada vuelta, como en la genial escena de Hitchcock de Extraños en un tren.

La película, por cierto, basada en el libro de Patricia Highsmith, presenta a dos tipos, cada uno de los cuales necesita cometer un crimen para alcanzar sus objetivos. Como saben que serán los primeros sospechosos para la Justicia, buscan la coartada perfecta: los dos estarán lejos de sus víctimas cuando estas mueran porque el ejecutor será, en cada caso, el otro. Un do ut des que por momentos parece reflejar esa partida de pimpón que vienen jugando Sánchez y Torra, con Franco en el papel de tinta de calamar.

Pero a lo que iba. Lo característico de la presidencia de Sánchez es la absoluta imprevisibilidad, la contradicción incluso, que convierte la acción de gobernar en un ay permanente. Se dijo enemigo de los decretazos y lleva siete este veranito.

Pasamos del Welcome Aquarius a desenterrar una norma del siglo pasado con la que devolver a 116 subsaharianos de una tacada y en menos que canta un gallo. No sólo eso. Acabamos de detener a otros diez pobres diablos como cabecillas del salto violento de la valla de Ceuta. Supongo que los dos sagaces periodistas que preguntaron a Sánchez en Doñana y ante Merkel por el peligro que suponen las posiciones de Rivera y Casado en inmigración para la extensión de la extrema derecha y la xenofobia insistirán en la próxima comparecencia.

En fin, un día se anuncia que se aplicarán nuevos impuestos a la banca y a las eléctricas y, tras misteriosos encuentros del presidente con directivos del Ibex en Moncloa (¡viva la transparencia!), ahora habrá subida del IRPF: a pagar la clase media.

Igual se dice que a Llarena no se le defiende en Bélgica del ataque en los tribunales de Puigdemont porque es un asunto “privado” del juez, que al rato se vende a bombo y platillo y sin rubor exactamente lo contrario.

Hoy el Senado es la gran Cámara que hay que dignificar y convertir en verdadero órgano de representación territorial, y mañana nos la quitamos de en medio para que no nos tumbe el nuevo techo de gasto.

Ahora nos dice el presidente desde Santiago de Chile, con Piñera como testigo, que tiene “un proyecto para todos y cada uno de los territorios y de los pueblos de España”. Podría empezar por tener uno para España.

En los 80 decíamos que alguien así, un poco como Sánchez, que nunca se sabe por dónde va a salir, tenía más peligro que un mono con dos pistolas, pero creo que ahora la expresión ya no se lleva y puede que, gracias a la labor de los animalistas, ni siquiera esté bien vista. Mis disculpas.