Hace una semana volé en un avión de Ryanair desde Barcelona a Valladolid, que ya son ganas. Me refiero a lo de Ryanair, no a lo de Valladolid. El caso es que se cumplían dos o tres años desde la última vez que volé con la aerolínea irlandesa más antipática del planeta Tierra y mi cerebro había borrado cualquier recuerdo de la experiencia. Ahora comprendo que por puro instinto de supervivencia. 

Ese día, el de Valladolid, me extrañó ver el caótico cambalache de asientos entre pasajeros frente a la puerta de embarque. Mi olfato periodístico, que funciona como el sentido arácnido de Spider-Man pero sólo para las obviedades, me dijo que ahí estaba pasando algo. Resultó que se trataba de pasajeros que viajaban en pareja y a los que el sistema automático de facturación había asignado filas separadas con la intención obvia de que se rascaran el bolsillo y pagaran por asientos contiguos de pago. "¿Quién tiene el 17C?", decía uno. "¡Yo! ¿Alguien tiene el 4A?", respondía otro.

Curiosamente, las parejas solían coincidir: si el STPR (Sistema de Tortura al Pasajero de Ryanair) había asignado los asientos 1A y 27D a una pareja, era bastante probable que otra pareja hubiera sido asignada a los asientos 27E y 1B. Ahí el sistema informático de Ryanair no estuvo listo: debería haber asignado los asientos al azar para que el cambalache alcanzara niveles de batalla campal y los pasajeros aprendieran a las bravas que en Ryanair compensa gastarse unos pocos euros de más por un asiento en la fila deseada. 

"Todas las compañías hacen ahora lo mismo", me dirán ustedes. Hombre, lo hacen las cutres. Lo que no sé si hacen esas otras compañías cutres, y que sí hace Ryanair, es impedirte viajar con maletas de cabina. "Sólo bolsas que quepan bajo el asiento delantero" dicen. Al menos no te cobran por meterla en bodega, aunque sí te hacen perder la media hora de rigor en la cinta de equipajes

Pero es una vez a bordo cuando empieza el verdadero show. Aparece la azafata, que o mucho me equivoco o maldita la gracia que le hace el rollo, y anuncia que "el vuelo a Ibiza está a punto de despegar". Como mi paranoia es la de subirme al avión equivocado y aparecer en Kabul, piqué y pensé "LO SABÍA: NO SOY PARANOICO, SOY PRECLARO". También es cierto que la azafata no alargó mucho la broma. "JAJAJA, es broma" dijo a los pocos segundos. Ese "JAJAJA" sonó como cuando alguien te dice "me han sacado dos muelas, JAJA". Incluso menos jovial que eso, de hecho. 

El resto del viaje fue un continuo intento de que los pasajeros compráramos algo. Lo que fuera. Una bebida, un paraguas, un rasca-y-gana, un bollo, un menú, un rasca-y-gana, un sofá de cuatro plazas, un gintonic, un rasca-y-gana, otro rasca-y-gana o media docena de rasca-y-gana.

Lo de los rasca-y-gana, parte de cuyos beneficios dice Ryanair que se destinan a no se qué niños famélicos, me mató. Especialmente por el goloso argumento con el que la azafata los intentó vender: "A uno de nuestros pasajeros le tocó y por fin pudo irse de vacaciones… con su amante". Es el tipo de chiste que haría un gañán como Donald Trump. En el avión debía de haber unos cuantos, porque el chiste fue muy aplaudido. Supongo que Michael O'Leary conoce a su público. Yo pensé que quizá me había metido por error en un puticlub con alas. Por los aplausos y los vítores de algunos pasajeros, casi todos ellos masculinos, digo. 

Miren. No me voy a poner pureta con el tema porque allá cada cual con su vida, pero quizá un avión, en el que hay pasajeros de todas las edades y morales e ideologías, no sea el lugar más adecuado para vender un rasca-y-gana con el poderoso argumento de que en caso de resultar premiado podrás por fin zumbarte a tu amante en Bangkok mientras tu pareja te plancha los calzoncillos en tu ausencia. Quizá exista un elegante término medio entre la Reina Victoria y Torrente, ¿no creen?

A mí, como buen liberal, me parece bien que existan compañías como Ryanair. Aunque sólo sea para que las demás brillen por contraste. Mucha suerte con su huelga a los trabajadores de la compañía.