Estábamos en la nada cuando dos personas a quienes nunca habíamos visto antes, ni tampoco considerado, nos crearon. Quizá decididamente enamoradas. Tal vez solo sometidas a la tiranía del deseo. Puede que con intención y ambiciones. O sin siquiera proponérselo. Les cambiamos la vida a cambio de la que ellos nos dieron.

Hasta que volvemos a la nada tras un largo viaje, reposados en una caja de madera, pasan muchas cosas. Algunas, buenas.

Una de ellas es el amor. Ese con el que nos inundan esas dos mismas personas, al menos en la mayoría de los casos, los primeros años. Ese otro que surge, quince años después, cuando las hormonas y el sentido común se alborotan superando cualquier límite conocido hasta entonces.

Y, una vez que lo obtienes, ya nunca quieres parar, como anunciaba en los años 50 Love is strange, la canción de Bo Diddley, uno de los músicos que desvió el cauce del blues para que desembocara en el rock and roll que, por cierto, también es amor: hasta los Ramones escribieron Baby, I love you.

Pero hay quien no entiende el amor, ni siquiera el más evidente, y lo tira por la ventana. Hay quien no se acerca lo suficiente por no abrasarse, y nunca saborea su aroma punzante. Hay quien lo vive exageradamente, encerrándose en él, imposibilitado para observar cualquier otra circunstancia, incluidas las imprescindibles.
Y hay, también, quien lo fuerza, lo adultera, lo patea y entonces ya hay que llamarlo de un modo muy distinto.

“Todo el mundo sabe, hasta el tío más idiota, cuando es sí y cuando es no en el sexo”, escribió en su twitter la cantautora madrileña Christina Rosenvinge. La afirmación de la autora de Alguien que cuide de mí, una hermosa canción que estaría muy lejos de convertirse en un himno feminista, proviene de una lógica muy simple, pero aplastante.

Sin embargo, no todo el mundo lo ve igual. “Te sorprenderías: algunos hombres no son capaces de distinguir entre el sí y el no”, asegura la psicóloga y sexóloga Ana Sierra. No es infrecuente, insiste la autora de Conversaciones sexuales con mi abuela (Kailas, 2017), que los hombres confundan la simpatía con las ganas de sexo.

Los miembros de la infausta Manada, muy desafortunadamente, debieron confundirse muchísimo, y por eso se les pide nueve años de prisión por abusos sexuales. De momento, seguirán en libertad provisional dado que la Audiencia de Navarra ha rechazado los recursos de la Fiscalía que pretendían que los cinco sevillanos regresaran a la cárcel. La víctima, una joven madrileña de 20 años, pide ahora ruido: “no os quedéis callados”.

No, no hay que quedarse callado. Por muy extraño que sea el amor, y a veces lo es, cuando ella –o él dice sí, es sí; y todo lo demás es no. Para Rosenvinge, está claro. Para el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, también: solo un sí específico supone consentimiento.

En las noches de verano, cuando la Luna asiste a nuevos idilios furtivos y sigilosos, las situaciones a veces se revelan confusas. ¿Cómo afrontar la duda, la improvisación o los cambios de opinión, tan inherentes al ejercicio del amor?

Romanticismos aparte, al final solo sí es sí, como se pretende que quede recogido por la futura legislación, por muchas sombras que puedan teñir los laberintos de la atracción y el juego sexual.