Decía el filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila que "las virtudes de la pobreza sólo suelen florecer en el rico que se despeja". Con menos florituras lo describía un amigo periodista del que, por razones obvias, no citaré el nombre: "En el barrio de Salamanca no hay gordas". Yo lo digo así: sólo los ricos pueden permitirse la virtud obrera de la delgadez. Virtud idealizada y sin relación alguna con la realidad, como confirmará cualquiera que haya visto mundo obrero más allá de la cartelería soviética de Radakov, Zhukov y Koretskii.

Llama la atención la insistencia con la que el mundo de la moda persevera en conceptos como el body positive, que en castellano recto podría traducirse por algo así como "siéntete orgullosa de tu sobrepeso". Un cínico diría que las marcas y las revistas de moda andan intentando ampliar la cartera de clientes a costa de la salud de esos mismos clientes; un realista, que llevan tiempo haciéndolo y que seguirán en ello mientras el sobrepeso no le impida al enfermo pasar la VISA por la ranura del datáfono.  

Uno de los problemas que debemos afrontar los cirujanos de la tontería ajena es cómo medir los efectos dañinos de esa tontería en nuestros pacientes. Un estudio publicado en la revista científica Obesity, al que llego a través de @bibianacandia, viene a solventar parte de ese problema. 

Según dicho estudio, el porcentaje de adultos incapaces de identificar su sobrepeso o su obesidad aumentó entre 1997 y 2015 desde el 37% hasta el 40% en hombres y desde el 17% hasta el 19% en mujeres. El estudio también demuestra que los pobres, los incultos y los inmigrantes son menos capaces de identificar ese sobrepeso o esa obesidad que las clases medias y altas. El estudio, por supuesto, lo dice en fino: "disparidades socioeconómicas", "individuos menos formados", "hogares con menores ingresos", "grupos étnicos minoritarios". Pero está hablando de pobres, de incultos y de inmigrantes

El estudio menciona luego algunos trucos interesantes del mundo de la moda para distorsionar la autopercepción de sus clientes. Como la sustitución de la talla plus por la talla curve. O como el concepto de "tallaje halagador", en la práctica la conversión de la antigua talla 38 en una 34 para que así la 42 pueda convertirse en una 38 y la 46 en una 42. O las alabanzas desmedidas a las modelos obesas o con sobrepeso, convertidas como por arte de marketing en amazonas del siglo XXI. Es decir en mujeres seguras de sí mismas y orgullosas de todas y cada una de sus características físicas y psicológicas, sean estas beneficiosas, benignas, dañinas o letales para su salud.

En Reino Unido, más de uno de cada cuatro adultos mayores de quince años tiene sobrepeso o está obeso, con los consiguientes problemas de salud generalmente asociados a ambas patologías. En España, el 53% de la población está por encima de su peso recomendado y la tasa de obesidad se ha duplicado durante los veinte últimos años.

La epidemia afecta en mucha mayor proporción –en Occidente– a las clases bajas que a las altas, a los menos educados que a los altamente cualificados, a los inmigrantes que a los nacionales. Si las tabacaleras sufren regulaciones draconianas y se les obstaculiza hasta el ridículo la publicidad de sus productos, ¿por qué se le sigue permitiendo al mundo de la moda especular con la salud de sus clientes? 

Decía también Nicolás Gómez Dávila que "el tonto no se contenta con violar una regla ética: pretende que su transgresión se convierta en regla nueva". Está visto que, agotadas las reglas éticas susceptibles de ser violadas, la tontuna moderna se ha lanzado a por las reglas sanitarias. Pero, como bien dice el filósofo colombiano, no se ha conformado con violarlas. También pretende que la alternativa, es decir la enfermedad, sea motivo de orgullo y autoafirmación.