“Hay que salir de Cataluña echando leches”, le dijo hace una semana en un pasillo del Congreso de los Diputados Fernando-Martínez Maillo, coordinador del PP, a José Manuel Villegas, número dos de Ciudadanos, y uno casi puede imaginarse al popular abriéndose paso a dentelladas por la cubierta del Titanic para arrancarle el flotador de las manos a una anciana al grito de “¡los españoles al hoyo y el PP al bollo!”.

Tanta vocación de servicio público abruma. ¿Qué gallardo acto de valor será el próximo? ¿Calificar de meros “actos vandálicos” los ataques de los narcotraficantes gaditanos a los agentes del Grupo de Acción Rápida de la Guardia Civil destinados a Algeciras para luchar contra los carteles de la droga que se han enseñoreado de la zona? ¿Desacreditar públicamente las investigaciones de fiscales y Guardia Civil ayudando así a que un golpista fugado evite su extradición y posterior procesamiento? ¿Plantear una reforma legislativa que dinamite la presunción de inocencia y el principio de igualdad ante la ley en beneficio de una justicia medieval de género?

Una reacción comprensible, por otro lado, la de Maillo. ¿Quién no abandonaría a unas “bestias con baches en el ADN” en manos del fumigador que ha anunciado su intención de exterminarlas? El mismo fumigador que ayer mismo declaraba: “Me arrepiento de no haber mantenido la declaración de la república. Nuestra oportunidad fue el 1 de octubre. Teníamos que haber proclamado la república y defenderla”. Desde el punto de vista del Gobierno, habría que darle más bien las gracias a Torra por su voluntad de defender su república imaginaria de unas bestias tan reales.

Y es que, a fin de cuentas, ¿qué importa que el gato sea blanco (popular) o negro (independentista) mientras cace ratones? Para el Gobierno, los ratones molestos no son los líderes nacionalistas –que cuentan con el presupuesto y, más importante todavía, la voluntad de utilizarlo en contra del 50% de sus ciudadanos– sino los catalanes no nacionalistas, esa chusma que a su condición de mayoría marginada en su propio país suma su incomprensible disposición a votar a Ciudadanos en detrimento del partido que les ha abandonado a su suerte. “¿Cómo se atreven, con todo lo que no hemos hecho por ellos?” deben de pensar en el PP.

Quizá recuerden Sólo ante el peligro, ese western en el que los aldeanos que rechazan ayudar al shérif Will Kane resultan infinitamente más repulsivos que el villano de la película porque ni siquiera cuentan con la excusa de la venganza para justificar su cobardía. ¿Recuerdan también la escena final, cuando esos aldeanos cobardes asoman su viscosa jeta por las puertas y las ventanas de sus casas, muerto ya el criminal y su banda, sólo para ver a su antiguo shérif arrojar la estrella al suelo y alejarse para siempre de ese pozo de putrefacta inmundicia moral? El PP debería tomar buena nota de ello.

Al Gobierno le arde el 155 en las manos y ni siquiera la investidura de un presidente ultraderechista que ha anunciado su intención de insistir en la “construcción de la república catalana independiente” a las órdenes de un prófugo de la Justicia acusado de la organización y ejecución de un golpe de Estado parece capaz de convencer a Mariano Rajoy de su firme, enérgica y rotunda disposición a salir tarifando de Cataluña.

¿Qué podría salir mal? Atila parecía un tipo un poco sangriento, pero quizá habría sido buena idea dejarle formar gobierno, relajar todos los controles y entregarle el control de un cuerpo de diecisiete mil hombres armados a ver qué se le ocurría hacer con todo ello. Franco ya entró una vez en Barcelona sin que un solo ciudadano le tirara un miserable canto rodado a sus tropas y no va a ser ahora el Gobierno el que ponga palos en las ruedas de otro que tal baila. Si por Mariano Rajoy fuera, la Guerra Civil, "uf qué lío", habría durado sólo unas horas. Por incomparecencia del contrario.