La noticia de que la juez del caso Cifuentes ha decidido abrir una investigación a Pablo Casado por el máster que logró en 2009 debería resultar la gota definitiva que invitara a una profunda reflexión en Génova: o deciden cambiar radicalmente las cosas en el partido o éstas van a acabar cambiándolos a ellos, también de forma definitiva.
Mucho más cuando se sabe que, tal vez porque es un hombre con suerte, en el mejor de los casos, Casado aprobó en solo cuatro meses 12 asignaturas de las 25 de Derecho. Para las otras 13 se había tomado su tiempo: siete años. Asombroso, ¿no? Tal vez. La fortuna, ya se sabe, a veces emerge del modo más inesperado.

Rajoy, ese hombre tan previsible, debe de estar abrumado ante semejante escenario: no es de los que disfrutan con las sorpresas. Además, anticiparse a un problema no es, realmente, una de las capacidades que mejor se le dan al presidente del Gobierno; tan curtido ya en escándalos a su alrededor, habitualmente prefiere que sea el siguiente aprieto el que haga olvidar el actual. Por alguna extraña razón, no debe de darse cuenta de que los escándalos no desaparecen; de que, más bien, se acumulan y, cada vez, pesan más.

Ahora, con una situación política especialmente endeble y preocupante para los intereses de los populares, al partido le convendría mucho actuar con contundencia, y mejor, bastante mejor, antes que después. El barómetro de mayo de Metroscopia coloca ya al PP por detrás no solo de Ciudadanos, que continúa su fulgurante ascenso, sino también, tal vez asombrosamente, de Unidos Podemos.

Y es que los embrollos acaban, aunque a algunos parezca sorprenderlos, sumando. Los Púnica, Gürtel o Lezo; los Aguirre, González, Cifuentes. Cada uno de ellos se agrega sobre el anterior, haciendo que el peso resulte insoportable. Y, ahora, se suman el máster y la licenciatura de Casado; él, quien, precisamente, hasta hace poco, proyectaba una imagen de dinamismo y regeneración que parecían refrescantes en el PP.

Sin embargo, por lo que pudiera parecer una nimiedad, toda esa suerte, su carrera política, y también algunas de las más lógicas aspiraciones de su partido, pueden concluir de forma precipitada y poco honrosa. Nada a lo que no esté ya acostumbrado, por otro lado, el partido en el Gobierno.

El máster de Cifuentes ha hecho un daño colosal al PP, que se ha desgastado no tanto por la “acción de Gobierno”, como suele decir Rafael Hernando, el portavoz en el Congreso, sino por los inacabables casos relacionados con la corrupción o de, al menos, difícil explicación.

Por eso no extraña tanto ya el dibujo de una perspectiva electoral que señala como evidente no solo la conclusión categórica del bipartidismo, sino el auge portentoso de Ciudadanos y la creciente percepción de que el próximo inquilino de la Moncloa tiene numerosas posibilidades de apellidarse Rivera.

Porque a cada nuevo incidente casi insalvable del PP en Madrid el líder naranja responde con sensatez; porque a cada bochornosa -y pírrica- actuación de los independentistas en Cataluña, como el circo que despliega el president Torra estos días, Arrimadas revela que es ella, y solo ella, quien puede conducir a los catalanes a una situación de, al menos, algún entendimiento.

Si a Casado le regalaron el mismo máster que a Cifuentes a cambio de cuatro trabajos, sin exámenes ni asistencia, con dieciocho (¡dieciocho!) asignaturas convalidadas, no es quizá lo más importante. Incluso si no fue solo fortuna lo que tuvo para acabar su carrera de Derecho de golpe, eso tampoco lo es. Lo crucial es saber si, en medio de la hecatombe a cámara lenta que sacude al Partido Popular, aún dispone de candidatos mínimamente viables.