El prurito literario que tiene el columnista y que le pide no repetirse (al menos no demasiado) se estrella contra la repetitiva actualidad. Esta le obliga a la repetición. Al final, lo único que cabe, literariamente hablando, es hacer variaciones sobre el mismo tema.

La cuestión es si la redundancia afecta a la verdad. El principio de Goebbels de que “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad” puede que tenga el efecto contrario si lo que se repite mil veces es una verdad. Esta, además, suele contar con la desventaja propagandística –que diría Arias Maldonado– de su prosaísmo árido, de su realismo, frente al atractivo emocional de la mentira, que tiende a ser poética. Y hay otro componente: el ánimo del que dice esa verdad. El hastío o asco que puede sentir, por ejemplo, ante la abusiva avalancha del mentiroso, que le incita a replegarse. Nada hay más cansado que estar repitiéndoles una verdad a ceporros que no la aceptan y a los que encima les da igual. Ellos están en otra cosa: en sus mentiras o, si se las creen, en sus autoengaños.

Me refiero aquí, naturalmente, no a las verdades dudosas sobre las que se puede discutir, sino a las verdades fehacientes: las que responden a mentiras descaradas. La recomendable duda aquí no procede, porque no sería metódica sino cosmética: esa que exhiben muchos para atribuirse una cualidad que mola; y que, en cuanto se rasca un poco, se ve que no poseen (se apoyan en unos pedruscos de fe ideológica que no rompe ni Dios).

Heme de nuevo aquí, pues, dispuesto a repetir algunas verdades sobre el procés que he dicho ya pero que hay que volver a decir. Con cansancio, pero con convicción. Ahora que al nefasto Puigdemont lo han soltado en Alemania y otra vez anda difundiendo sus mentiras. El personaje se ha instalado en Berlín, la ciudad que se libró del muro pero a la que le ha caído en desgracia un marmolillo: el marmolillo de Berlín.

Vayan cuatro verdades:

1. Lo que los independentistas catalanes han intentado ha sido un golpe antidemocrático contra un Estado de derecho: contra la Constitución española y contra el Estatut catalán; contra los españoles y contra más de la mitad de los catalanes.

2. No hay presos políticos en España, sino políticos presos por actos ilegales que se escudan en una coartada política y la explotan hasta las heces. La "judialización de la política" está exclusivamente relacionada con la actuación delincuencial de los políticos. (Ocurre también en los casos de corrupción).

3. La España de hoy es una democracia, no un Estado fascista. Si fuese un Estado fascista, los independentistas catalanes no habrían podido llegar tan lejos como han llegado. Pero para justificar su agresión impresentable a una democracia tienen que mentir diciendo que no es una democracia sino un Estado fascista. El recurso a esta coartada les delata.

4. El odio que los independentistas catalanes atribuyen a los españoles no solo es falso, sino que lo que ocurre es justo lo contrario: son los independentistas catalanes los que odian a los españoles (incluidos muy especialmente los catalanes no independentistas), pero su grasiento narcisismo les hace proyectar su propio odio en aquellos a quienes odian.

El gran problema político es que están en la mentira y en el delirio dos millones de ciudadanos, alentados por la élite más pútrida que ha habido en España desde que se extinguió la franquista. No sé qué solución tiene este problema. Sí sé que la solución no pasará por la aceptación de las mentiras. Por más que canse repetir la verdad.